La Voz de Galicia

Escribía Gordon G. Chan esta semana en The Wall Street Journal: «Cuando visité el pueblo de mi madre (en China) el verano del año pasado, nadie quería hablar de los juegos olímpicos, que consideraban la 0limpiada del gobierno, pero casi todos me preguntaban cómo funciona la democracia americana y quién ganaría las elecciones presidenciales».
China acaba de celebrar sus primeros sesenta años de comunismo. El propio Chang alertaba de que no convenía impresionarse mucho por los desfiles y espectáculos conmemorativos: «Son expertos en eso». Pero asegura que el régimen se siente débil, que de hecho trazaron un perímetro de seguridad, que abarcaba nada menos que seis provincias, para evitar cualquier signo de protesta. El escritor da muchos más datos y razones para sustentar la tesis de que el Gobierno chino, que desde el 2002 recrudeció la represión, no es capaz de manejar los cambios sociales que el desarrollo está generando. Ojalá.
El de Chang parece un análisis esperanzado. El cambio en China vendrá desde dentro con muy poca ayuda externa. En muchos medios ni siquiera se ha recordado que el comunismo chino produjo en torno a cien millones de muertos, a los que habría que añadir muchos cientos de millones de muertos vivos: maltratados física y moralmente, desplazados, encarcelados, torturados, perseguidos por sus ideas o creencias, esclavizados, secuestrados, sin libertad para expresarse, para tener los hijos que quieran, para vivir su vida.
Decía Churchill que si el presente trata de juzgar al pasado, pierde el futuro.  También dijo: «No dejéis el pasado como pasado, porque pondréis en riesgo vuestro futuro». En el caso de China se aplican ambas frases, porque ese pasado de horrores comunistas todavía es presente.  Los chinos lo saben.  Si pudieran vernos, les pareceríamos unos bobos deslumbrados por ¡un desfile militar!