La Voz de Galicia

Se supone que, en cualquier ámbito, los que mandan están ahí para solucionar problemas. No todos, solo aquellos que les corresponde, porque en los demás debemos arreglárnoslas por nuestra cuenta, como es lógico. A esta consideración general, tan obvia, le han salido varias y peligrosas desviaciones por ambas partes: por el de los que gobiernan y por el de los gobernados.
Quizá la más grave comparece cuando los gestores, en lugar de buscar remedios a los problemas que ya existen, crean problemas nuevos, bien porque tienen sus propios afanes, que no coinciden con los de los demás, bien porque carecen de respuestas para los problemas verdaderos y los tapan creando otros para los que sí cuentan, a veces, con salidas precocinadas. Esto produce imagen de eficacia, pero apenas resuelve falsas dificultades que a nadie acucian.
Lo peor ocurre cuando carecen de soluciones incluso para los problemas que inventan. Encienden una mecha para distraer y luego intentan controlar la explosión o dejan la bomba en manos del siguiente. Y que arree. En este caso, simplemente amontonan problemas, los multiplican, para que olvidemos los principales durante un tiempo.
En un periódico alemán escribían hace unas semanas: «Como algunos años atrás con el pánico de la gripe aviar, la Organización Mundial de la Salud exhibe una histeria que sirve a un propósito: dar relevancia a algo que ya se tiene bajo control para aparecer en los titulares, proyectar una imagen de eficiencia, legitimar con ello ambiciones económicas y defenderse de intentos reformistas. Además, así puede esconder su pasividad frente a epidemias verdaderamente graves. Es el típico comportamiento de la burocracia: cuando no se encuentran soluciones adecuadas a los problemas reales, busca problemas adecuados para las soluciones disponibles».
Brillante. No se aplica solo a la OMS, claro.