La Voz de Galicia

Me interesa mucho todo lo que tiene que ver con la mirada, con los modos de mirar y sus posibilidades. Me gusta darle vueltas. Cuando leo algo sobre esto y me parece verdadero, lo anoto: «La mirada que dirijo sobre el otro decide sobre mi propia humanidad» dice, por ejemplo, mi libreta negra, sin explicar de dónde lo he sacado. Esta semana llené casi cuatro páginas de esa misma libreta con una cita de Romano Guardini en torno al mismo asunto. ¿Por qué, a veces, no conseguimos ver? Miramos y no vemos. Nos miran y no nos ven. Nada puede ser más ciego que unos ojos sanos, bien conectados a un cerebro fuerte, pero dirigidos por un corazón enfermo o malvado. Por eso en la mirada se suele descubrir la primera señal de afecto o de enemistad. Todos saben que ante una mirada acogedora tienen posibilidades de ser entendidos, comprendidos, en la doble profundidad de la palabra ‘comprender’. Saben también que ante una mirada de sospecha o de franca hostilidad no se puede hacer mucho. Salvo que esa mirada hostil tenga un fundamento —un comportamiento, quizá— que esté en nuestra mano remover. Si no, solo cabe esperar que el corazón del otro cambie. A falta de ese vuelco interior, da igual lo que el mirado diga o haga por muy verdadero que sea, puesto que el centro de control impedirá que los ojos vean y los oídos escuchen más que lo que quieren ver y escuchar. Otro tanto ocurre con las miradas interesadas o las obscenas:  el otro queda sometido a la condición de cosa útil o placentera mientras no sane el corazón que lo mira, porque la mirada sobre los demás, es cierto, decide sobre mi propia humanidad: soy como miro, se podría decir.
Leer es una forma de mirar. Lo escribía anteayer un periodista americano a propósito de Benedicto XVI: «No entiendes quién es hasta que lo lees». Y añadía: «Me empieza a caer bien este tío».

Aclaración: el periodista que menciono es de la Fox y, por mucho que extrañe, parece que es cura: Father Jonathan Morris.

Agradecimiento cariñoso a quienes se han ocupado de mi cajera. Espero no olvidarme de nadie: El cuadernillo verde, No disparen al pianista y Un quiosco de malaquita. Lamento el retraso.