La Voz de Galicia

Viajé apretujado en la clase turista de un avión de Iberia en el que solo quedaron dos asientos libres. A mi lado venía una señora paraguaya que no pudo entrar en España. Pasó dos días en El Prat y la expatriaron. Iba muy triste y muy cansada. Me contó que en el mismo vuelo viajaban otros nueve, también expatriados, todos ellos brasileños, más jóvenes. Algunos habían sido parados en el aeropuerto, pero tres fueron detenidos en la calle, cuando ya llevaban tiempo en el país.

Supuse que, como español, tendría problemas en la aduana. El gobierno brasileño lleva unos días devolviendo a algunos españoles como venganza por lo que hacemos en España con los brasileños. Y en efecto, había un personaje en el control de pasaportes que se dedicaba, muy serio, a la caza de españoles. Organicé rápidamente mi defensa por si fuera necesaria (al final, estaría con un ministro tres horas después, y este argumento, fácil de comprobar, resultaría incontestable), pero el tipo me preguntó si venía a Brasil a trabajar y me dejó en paz.

Tardé casi dos horas y media desde el aeropuerto a mi destino, de modo que no llegué a tiempo para la apertura ni para dar la primera sesión. Asistí, sin embargo, a la del ministro Miguel Jorge, que resultó ejemplar: casi dos horas sometido a las preguntas de una treintena de periodistas de todo Brasil. Buen ejemplo. Pasó algunos apuros, pero es un tipo inteligente y brillante, con una experiencia periodística enorme (en el periodismo y en la comunicación corporativa de grandes empresas) y salió muy bien parado.