La Voz de Galicia
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De los textiles de Frank Lloyd Wright al muro en celosía de Le Corbusier, la epidermis geométrica, que vive del ritmo y la repetición, ha revestido ocasionalmente fachadas de edificios nobles y enriquecido la necia fisonomía de la ciudad. El muralismo de Sol Lewitt o el reciente wall painting han traspasado el bastidor, que es el cercado donde solía habitar la pintura, adueñándose de las paredes de los museos. La búsqueda de la obra total y el utópico anhelo de la transversalidad en las artes, desde la mesa del arquitecto hasta la cadena de producción donde se manufactura un objeto cotidiano, ha animado proyectos tan ricos como la Bauhaus y maravillas como los prouns de El Lissitzsky. Naturalmente, ni la Bauhaus ni los prouns se hicieron realidad. La rentabilidad es un concepto que no entiende de humanidades y el abaratamiento de las ideas es cosa del capitalismo. Los objetos nacidos con el ánimo democrático de acercar el diseño a la sociedad se han convertido, paradójicamente, en chucherías elitistas.
Todas estas inquietudes sociales y aun políticas están presentes en las obras que la galería madrileña José de la Mano ha rescatado de la oscuridad del estudio del mítico pintor coruñés José María de Labra (A Coruña, 1925-Palma de Mallorca, 1994). Fueron concebidas en tiempos de grupos y de manifiestos, de asambleas y de clandestinidades. Había menos individualismo y se socializaban las ideas, lejos de esta época confusa y revisionista en la que vivimos. El artista era activo en la sociedad. Huía de actitudes cortesanas más proclives al seguidismo de los poderosos.
De Labra perteneció al Grupo Parpalló, radicado en Valencia. Con el informalismo por bandera y al lado de nombres como Andreu Alfaro y Eusebio Sempere, este amplio cenáculo participaba de lo que se dio en llamar Arte Normativo. Los debates programáticos se sucedían compulsivamente y Labra colaboraba en la intensa búsqueda de una senda nueva, profusamente intelectualizada, en la que el hombre y su entorno (contorno humano, como lo llamaban los normativos) disfrutarían de esa lejana quimera conocida como la integración de las artes. Quimera que, como tantas otras, fue devorada una vez más por el mercado, que gusta más de la especulación y el decorativismo.
Ya en 1957 y una vez abandonada la figuración, Labra realiza los vitrales de la iglesia de los Dominicos de Alcobendas junto al arquitecto Miguel Fisac. Pero es en esta obra que presenta José de La Mano, compuesta por pequeñas y deliciosas maquetas de celosías y frisos, donde más presente están los valores normativistas.
En 1964 este trabajo alcanza su punto álgido cuando Labra colabora activamente en el diseño del pabellón español de la Feria Mundial de Nueva York, del que es además su director artístico. El edificio, obra del arquitecto Javier Carvajal, presentaba varias celosías de gran formato en la fachada superior del edificio. De nuevo planeaba la idea de obra total porque todo en el pabellón, mobiliario, vitrinas, lámparas, fue diseñado pensando en un todo, atendiendo a una concepción orgánica del edificio. A la medida del hombre.
La celosía es un recurso arquitectónico de gran capacidad evocadora, muy presente en el arte hispanomusulmán. Permite el paso de la luz pero impide ser visto. Inmediatamente uno lo asocia a la clausura. A la impermeabilidad. Al misterio y al ascetismo. Tamiza la luz y la dibuja con sombra. Su proyección acompaña al recorrido del sol.
Las obras en exposición están brillantemente montadas por el artista Javier Balda. Unos soportes de metacrilato propician que las tramas floten el aire y que sus sombras se proyecten en la pared produciendo sucesos paralelos. El hermetismo de la celosía entrega, de esta forma, parte de sus secretos.