La Voz de Galicia
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Monica Alonso se ocupa del espacio. Pero no se trata de las habituales preocupaciones de la pintura, las que crecen bajo la superficie de un pigmento bien cocinado. Mónica se ocupa del espacio para las emociones humanas; de tocar las teclas necesarias para estimular las ocultas y sensibles dobleces de la psicología humana. Escultura e instalación se citan en un diván donde se cuestionan los límites de la actividad artística. Mónica emplea herramientas de otras disciplinas y busca apoyo en terapeutas para trabajar lo que más le interesa: el psicoespacio. Esto es, un ámbito para la curación de las dolencias del alma humana; un bálsamo hecho de color y de orden; un prolijo y siempre inquietante mobiliario para ser habitado por el espectador o, finalmente, por el paciente. Fabrica prototipos para nuestro descanso, eterno o temporal. Máquinas para el placer o para el sosiego. Ingenios dirigidos a nuestra percepción y a nuestros sentidos, que nacen del estudio del espacio aprendido por cada individuo, de una biografía espacial que pertenece a cada uno, construida sobre lo real o sobre el mundo de los sueños. Mónica no construye sus artefactos. Trabaja con dos asistentes; uno para el metacrilato y las luces, otro para el poliéster. No necesita la experiencia manual porque ya son otras sus preocupaciones. Sus preocupaciones se proyectan en el receptor. Por eso redacta cuestionarios para que el espectador encuentre su lugar o su color. Luego Mónica diseña sus patentes y es como si las entregase a un proceso industrial. Bautiza sus productos con nombres corporativos; redacta sus prospectos y publicidades; se ocupa de su posología y de sus contraindicaciones. Se maneja ya como un terapeuta y por tanto, se hace preguntas sobre su condición de artista. Luego, cuando las piezas ocupan la sala, a veces la belleza intrínseca de las mismas se rebela contra la intención inicial de la artista. Como si en el teatro, la escenografía se impusiera a la trama. Como si el objeto se tomase su revancha. Las piezas se sacuden la misión para la que fueron creadas. Esto sucede con sus corazones dobles, la obra más importante de esta exposición. Funcionan, inesperadamente, de una forma autónoma. Fueron concebidas para que nuestro corazón, el músculo que bombea nuestro magma y gestiona nuestras emociones, comparta esa pesada carga con un corazón auxiliar, creado por la artista y que habita en una carcasa de poliéster, sujeto en la pared de una galería de arte. Hay varios modelos de corazón, para otros tantos tipos de usuarios. Porque Mónica es tan sistemática como un científico, tan elocuente y exhaustiva como un psicoanalista. Pero es innegable que en este suceso hay poesía. Y la poesía, como la belleza, siempre se abre paso.