La Voz de Galicia
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Que no cunda el estupor, Din Matamoro presenta en la galería Trinta un solo cuadro. Pero dentro, al fondo, tiene muchos más. Su cabeza rebosa pintura y su ropa, y sus manos, tienen restos de cadmio, titanio, zinc, añil y demás elementos de la tabla periódica de la que está hecha la pintura. Si sus solapas tienen restos de carmín, no se debe a una escapada amorosa, se trata de carmín de garanza. Siempre viene del estudio o siempre se dirige al estudio. Cuando te mira Din te está mirando un pintor. Cuando entras en la galería hay un solo cuadro, una sola y meditada decisión. Luego puedes entrar dentro y habitarlo, o puedes calcular tu posición, o tus coordenadas, con respecto a él. Y en el cuadro habita la luz; y la luz está en la materia; y la materia está hecha de color. Hay otras piezas, que puedes ver dentro de la galería, en las que la luz es cegadora. Como un disparo de flash, como un destello al final de un túnel, como cuando el sol te ciega y todo lo que ves se traduce en manchas borrosas, en gruesos brochazos. Es la utopía de querer pintar el aire. Es lo que pasa cuando la luz polariza las partículas en suspensión que espesan la atmósfera. No está muy lejos de la fotografía: los ojos de Din son altamente fotosensibles.
Caben muchas reflexiones ante la propuesta expositiva. Está sobre todo la idea de pantalla, de proyección cinematográfica.
En la oscuridad de una sala de cine, el proyector dibuja un rectángulo que parpadea e interpela a nuestra retina, planteándole preguntas ópticas. De una forma similar, el cuadro vibra y se forma un daguerrotipo construido con piel de veladura. Hay mucha pintura que empieza y acaba dentro del marco. La pintura de Din está tan viva que se expande por las paredes de la galería y es entonces cuando tiene más sentido un solo impacto. También, como me explico el propio Din delante de un reparador plato de caldo, está la intención de que la exposición no sea un vía crucis para el espectador: de cuadro en cuadro, de estación en estación. En un mundo en el que las imágenes se consumen sin reflexión alguna, está bien pararse delante de algo e intentar entender qué alienta su espíritu. Din propone un tempo lento. Reclama para sí unos minutos más. Un poco de silencio. Delante del mismo plato de caldo, Din me explicó que era un pintor antagónico a Tàpies. Es decir, Tàpies posa su mirada sobre el suelo, sobre la tierra. Sobre las cosas que le rodean. Din, en cambio, mira hacia el cielo. En términos filosóficos Tàpies es aristotélico y Din platónico. Siempre esta en las nubes. Hay un solo cuadro. También hay un solo horizonte.