La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Todo incluido

El todo incluido es la versión humana, algo refinada, eso sí, de esas granjas de cría de pollos en las que los animalitos, picotea que te picotea, van inflando e inflando hasta el calambrazo final. Nada más llegar al todo incluido te anillan, como a los pollos, con una pulserita verde chillón para que si te pierdes por la isla te facturen con destino al complejo hotelero cinco estrellas. En el resort caribeño, alambrado hasta el cielo para que no entren los lugareños, no te ceban con pienso industrial, sino con mojitos y coctelería variada, mientras el turista occidental, estabulado en la tumbona, perdida ya la facultad del habla, se limita a levantar la mano de la pulserita cada treinta minutos clavados para que le traigan otra ginebrita con limón, que es muy refrescante, y como hay mucha humedad en el aire no se te suben las copas a la Seguir leyendo

Bricolajes

Asoma agosto la patita por debajo de la puerta, como aquel lobo feroz y algo travelo que acosaba a los cabritillos, y la santa espera al oficinista con la recortada en una mano y la lista de arreglitos pendientes en la otra. El veraneante, que ya empieza a añorar el café laxante del currelo, suda solo con leer la lista, que no es la de Schlinder, pero casi. Pepe Gotera baja abatido al trastero a pillar la maldita caja de herramientas mientras la parienta, implacable, todavía añade al papelorio unas obras menores: pintar la casa, alicatar los baños y, ya puestos, cambiar la tarima flotante del cuarto del abuelito. El tipo, con la llave inglesa entre los piños y los ojos supurando como la niña de El exorcista, solo acierta a murmurar: cari, bonita, dile a los nenes que se me bajen de la chepa, que con tanta Seguir leyendo

Pecholobo

El anticiclón tiene efectos devastadores sobre la percepción del riesgo de algunos varones de la especie Homo sapiens. El machote, con los primeros sudores, se viene arriba y piensa que vuelve a tener veinte tacos y que todavía es capaz de sacar músculo delante de las churris. Sería cuestión de seguir al cincuentón recién divorciado, escoltado por unos antropólogos, en plan documental de la BBC, y estudiar el comportamiento del maromo en verano, que es su época de apareamiento favorita. El cachimén, inflamado por las brisas africanas y con la testosterona desbordando la tapa del cráneo, lo mismo se casca un maratón de 36 horas de futbito playero que conduce a 180 por una corredoira para fardar de cilindros o que trepa hasta el último chirimbolo del acantilado para hacer el salto del ángel sobre las olas acuchilladas por los cantiles. El pecholobo, claro, acaba desvertebrado sobre las rocas, … Seguir leyendo

La tele plana

En verano la tele se pone plana. Y no me refiero a que el cacharro de tubo que heredamos del abuelito se transforme de golpe en uno de esos artilugios molones de plasma de cincuenta y pico pulgadas. Qué va. Lo que pasa es que esas cadenas mesetarias, madrileñas y madridistas consideran que el cerebro, al contrario que los demás materiales, no se dilata con el calor, sino que se achica, según la técnica de reducción de cabezas de los jíbaros. Por eso estos programadores centralistas nos asestan una parrilla remendada con largometrajes de Cantinflas, Joselito y Marisol. Y corazón, mucho corazón, deluxes, sálvames y demás purines, hasta que el espectador, obturadas las arterias cerebrales por los dimes y diretes de tantos jorgejavieres y belenes, cae en el encefalograma plano y ya solo se oye ese pitido de fondo que no sabemos si es el televisor mal … Seguir leyendo

¿Desconectados?

Hay que desconectar, espeta, el veranito es para desconectar. La coña —o la paradoja, que suena más finolis— es que el pijolas que nos insiste mucho en eso de que hay que desconectar es el mismo que para irse a la casita rural con encanto, agazapada junto a una fervenza de postal en medio de la nada más absoluta, se asegura primero de que las pallozas del lugar sean enxebres, sí, pero que tengan wifi a 300 megas y cobertura 4G. Porque, para desconectar, el urbanita aterriza en medio de las leiras con su todoterreno guiado por Google Maps, aunque el paraje caiga a un escupitajo de su dúplex de la periferia, y lo primero que hace, antes incluso de bajar a la suegra para que se airee, es comprobar que furula el iPad, que en las aldeas ya se sabe. Y así, para quedar desconectado del todo, se … Seguir leyendo

Tauromaquia

En Cataluña prohíben el arte de Cúchares, pero no dicen ni mu de otras artes taurinas veraniegas, como el encierro de turistas, a los que se lleva a punta de periódico y vara desde los corrales del autocar climatizado, por las callejuelas del casco histórico, hasta el bareto del primo segundo del guía, siempre al quite, qué industrioso. Recibe a puerta gayola, clavada la rodilla sobre el serrín escupido de la tasca, y pastorea a los viajeros, a los chupitos invita la casa, hasta que ya cabecean, amansados, y, ahí sí, el primo segundo, si la autoridad lo permite, se luce en un toreo de salón al natural. Qué zurda. No hay lance de muerte, claro, porque el turista estoqueado no gasta tarjeta de crédito, pero el cliente cuellicorto pasa por la suerte de banderillas y el castigo de varas hasta que, arrimado a las tablas, el primo culmina … Seguir leyendo

Tufillos

Hay peña de oído finísimo, casi ultrasónico, y peña con pabellón de piedra, que no distingue el Ave María de Schubert del de Bisbal. Con las narices sucede lo mismo. Hay napias obtusas, cegatas, y pituitarias con rayos X, capaces de definir el último matiz de la madera en un copazo de reserva. La nacha sensible, en verano, es una condena, una maldición sin tregua. Porque el narigudo de olfato superheroico entra en un bus urbano, pongamos que al mediodía, y cae en coma irreversible, aniquilado por el retablo de cheirumes macerados por el sol, la falta de ventilación y la orquesta desafinada de las glándulas sudoríparas. El estío, más que la sonata de Valle-Inclán, es una opereta en la que canta el pinrel, sí, pero sobre todo el alerón o axila, que a ciertas horas sube el tono más que una de esas sopranos orondas y de carnes … Seguir leyendo

El pádel

Admitámoslo: todos tenemos un cuñado que juega al pádel y nos amarga la sobremesa del domingo dándonos la barrila con su torneo interprovincial y su raqueta de fibra de carbono diseñada por la NASA. Sí, hombre, el pádel es ese deporte que parece un tenis encogido o un pimpón algo estirado, una cosa a medias, que yo creo que tiene la gracia de que el cuñado que jamás devolvería un revés en el tenis de toda la vida, en el pádel, entre que la cancha está encogida y que la pelota va, viene, vuelve y rebota entre cuatro paredes, pues malo será que el chorbo no acabe pegándole un raquetazo, aunque sea de canto, y ya se queda flipado pensando que es Federer. El pádel, mucho más que otros paraísos artificiales, es la droga del verano. Al pelma de los passing shot, cuando lleva un par de horas … Seguir leyendo

Torturas

Me libré de la mili por inútil, porque me dijeron los del Ejército lo mismo que a Woody Allen en no sé qué peli: que en caso de guerra solo valdría para prisionero. Yo creo que ni eso, porque lo de las torturas lo llevo chungamente. Podría resistir lo típico: las cerillas ardiendo entre las uñas, unas descargas de miles de voltios en los cataplines o incluso que me enterrasen de cabeza en un hormiguero tipo La marabunta. Tal vez. Pero cuando me vendría abajo sin remedio, antes de que los malos tuviesen que recurrir al hierro de marcar, al maletín del dentista o al pozo y el péndulo de Poe, lo que me haría morder la famosa cápsula de cianuro de los espías, sería que los enemigos, siempre despiadados y escuálidos, qué pavos, me obligasen a tumbarme en una toalla a las tres de la tarde en … Seguir leyendo

Acondicionados

El aire acondicionado es la invención más diabólica de la historia. El día que a un visionario se le ocurrió que no quedaba moderno hacer edificios con esas ventanas de abrir y cerrar de toda la vida la humanidad dio un paso sin retorno hacia el abismo. Desde entonces las casas ya no son máquinas de habitar, que decía el otro, sino de respirar. De respirar el mismo aire moqueado, tosido y babado por otros. Y recalentado o congelado, según. Según la estación contraria, claro. Porque el tipo que regula el aire acondicionado (uno de los personajes más apreciados de la empresa) se rige por el hemisferio austral, así que en julio (invierno en Argentina) el controlador de la rueda satánica te calca en la nuca un chorro frígido a 15 grados y en enero (verano en Río) te sopla en los morros un aliento tostado, de 25 Celsius en … Seguir leyendo