La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Selva Almada (Entre Ríos, Argentina, 1973) se aferra a los escenarios desolados. Lejos de la atmósfera urbana, porque justo ahí encuentra su mundo narrativo, su universo. Tampoco aparecen móviles ni tabletas en su prosa, que la autora traslada hasta los años noventa, o así, para silenciar la tecnología y dejar que hablen los personajes y su poderosa literatura:
-A propósito no hay celulares ni Internet: no sé cómo meter esos artefactos en un relato.
Hay muchos Faulkner en Faulkner, pero el Faulkner que desemboca en la obra de Selva Almada no es el de Santuario o Luz de agosto, sino el Faulkner crudo y despiadado de Mientras agonizo, ese texto devastador donde el yanqui tuvo las agallas de dejar en una página una única y desasosegante frase: «Mi madre es un pez».
Almada cuenta que Mientras agonizo es una de sus tres novelas favoritas, junto con El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers, y El camino del tabaco, de Erskine Caldwell.

LADRILLEROS
Y todo eso emerge en Ladrilleros, finalista del premio Tigre Juan, que publica Mardulce en Argentina y Lumen en España. Una novela de un lirismo violento y torturado, donde el idioma va acariciando los verbos y los adjetivos con una belleza depurada que, de un solo tajo, narra las vidas cruzadas de los Miranda y los Tamai, dos familias a las que han escupido sobre la faz de la Tierra para que la centrifugadora de la existencia las muela a palos o las devore (o ambas cosas a un tiempo).
-El paisaje funciona como un personaje más y para Ladrilleroselegí un paisaje, una geografía, un clima hostil, caluroso, difícil y violento como los personajes de la novela.
Cuando la narración ha recorrido ya la mitad de su itinerario uno de esos personajes proclama su deseo de irse muy lejos, a Entre Ríos: «Acá todo es duro, seco, espinoso, lleno de polvo. Allá hasta el carácter de la gente debía ser más amable. Acá no se puede, acá todo tiene que ser violento, a la fuerza».
En Ladrilleros chillan las sillas vacías y se escucha, al fondo, el quejido como de bisagra seca del continente. Aquí es América la que agoniza.