El Reino Unido ha votado para elegir Premier. Y ha dado la victoria a los conservadores de David Cameron. Sin mayoría absoluta, en un «hung Parliament» (un Parlamento colgado), algo que no ocurría desde 1974, los «tories» tendrán que pactar para poner fin a la era laborista que comenzó de forma brillante con Tony Blair hace 13 años y que ha acabado declinando con Gordon Brown.
Los resultados no son definitivos (faltan 35 escaños por repartir), pero hay varias conclusiones inequívocas:
1. La burbuja mediática creada alrededor del emergente Nick Clegg (del Partido Liberal Demócrata) ha pinchado. Ganar un debate electoral y presentarse como renovador del sistema no ha servido a la tercera fuerza electoral para convertirse en el árbitro definitivo. Han subido en votos, pero han retrocedido en escaños. ¿Puede extraerse alguna lección para España, donde las bisagras vocacionales no transitan el centro, sino la radicalidad?
2. Con un sistema con tantas circunscripciones uninominales como el británico, las encuestas no son demasiado fiables. Al menos a la hora de traducir porcentajes de votos en escaños. Salvo que el estudio demoscópico sea descomunal.
3. El sistema británico es poco representativo. Si ganas por un voto en una circunscripción, te llevas todo el premio y eso convierte muchos sufragios inútiles, pero tiene una ventaja muy grande sobre el español: la gente elige a su diputado, no a una lista de aparatchiks, cerrada y bloqueada. No deberían perderlo en cualquier reforma que algún día puedan dignarse a emprender. Ese sistema hasta la fecha sirvió bien para producir Gobierno. ¿Y ahora?
4. ¿Quién va a gobernar en el Reino Unido? Cameron (290 diputados) parece la opción más lógica. Pero con mayoría simple su mandato puede resultar difícil. La clave pueden ser los liberales de Clegg, dispuestos a favorecer al partido más votado, pero que también podrían ayudar al derrotado Gordon Brown, que no está obligado a dimitir hasta que surja otra mayoría. La lucha por el poder está servida.
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