Por el título, os habréis imaginado que no voy a hablar de Juan Carlos de Borbón, sino de un viejo mito: ¿son nuestros gobernantes mejores que nosotros, los gobernados?
Hace años leí un libro altamente recomendable, del que tomo el título del post. Se llama La quimera del rey filósofo y fue escrito por Roberto R. Aramayo.
Es una lectura altamente recomendable, que repasa las pesquisas efectuadas en su tiempo por pensadores como Platón, Maquiavelo o Kant sobre «los dilemas del poder, o el peligroso idilio entre lo moral y la política».
Sus páginas desprenden un sabor amargo: los gobiernos no son virtuosos por naturaleza. No lo han sido en el pasado. Y quizá nunca lo serán: están formados por personas y responden, como un espejo más o menos deformado (según el caso), a las bondades y maldades de las sociedades sobre las que se erigen.
¿Queda esperanza? Sí, y reside en la participación ciudadana. Si los ciudadanos son exigentes y están bien informados, será más fácil que los políticos se preocupen y respondan a sus necesidades: simplificando, sabrán que no hay votos cautivos y que pueden ser desplazados del poder.
volvemos a Platón,que gobiernen los más sabios…pero quien elige a los sabios?