La Voz de Galicia
Sobre lo ambientalmente correcto, lo sostenible e insostenible y otras inquietudes acerca del estado del planeta Tierra
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Antes de comenzar confieso que tengo muy buenos amigos que son químicos y que se ganan la vida muy dignamente con esta profesión. También reconozco que me impresionó bastante la información que contrasté en mi post precedente sobre la reducción de las abejas por culpa de ciertos pesticidas. Es además muy abundante la bibliografía sobre los potenciales -y reales- riesgos de los miles de productos químicos sobre la salud y el medio ambiente. Existe una disciplina científica –la “epidemiología”- que estudia la distribución, frecuencia, los determinantes, las relaciones, las predicciones y el control de los factores relacionados con la salud y con las distintas enfermedades existentes en poblaciones humanas específicas.

Cuando cayó en mis manos el libro -que ya cité en mi post anterior- titulado “La epidemia química. La crisis de salud provocada por la contaminación química cotidiana” del conocido periodista ambientólogo, Carlos de PRADA (entre muchas otras cosas, Premio Nacional de Medio Ambiente, Presidente del Fondo para la Defensa de la Salud Ambiental, autor del popular blog ambiental La verdad es, … verde), me quedé sorprendido por el número y variedad de peligros que, procedentes de la contaminación química, acecham nuestra existencia. No es la primera vez que este autor escribe sobre semejantes cuestiones pues ya publicó el libro titulado «Anti-tóxico. Vive una vida más sana» (Espasa, 2011).

Partiendo de un hecho incontestable –según el autor- de que “nuestros cuerpos están cargados de tóxicos peligrosos” y de que “somos aspiradoras de contaminantes”, se va haciendo una larga enumeración de los tóxicos que consumimos –en nuestro hogar, en el puesto de trabajo, en nuestra comida, etc.- y que recibimos por medio de las aguas o del aire.  Y, como consecuencia de ello, “nuestra salud está en peligro” y de hecho muchos tipos de cáncer (como el de mama, el de próstata, etc.) se vinculan a contaminantes químicos. Incluso a la química se achacan algunos de los supuestos de infertilidad masculina y femenina. Qué decir de los contaminantes hormonales presentes en algunos tipos de limpieza (cosméticos, champús, geles, etc.) y de la “disrupción endocrina” que motivó la Declaración del Praga, firmada por un numeroso grupo de científicos en 2005. Por cierto, recomiendo el reciente estudio elaborado conjuntamente por el PNUMA (oficina de medio ambiente de Naciones Unidas) y la OMS sobre el estado de la ciencia con relación a los dichosos «disruptores endocrinos«.

En cuanto a las alergias –una de las “enfermedades del siglo”-, con el permiso de mi hermana que es una eminencia en esta materia, se suele vincular con los efectos de ciertos productos tóxicos sobre nuestras defensas inmunológicas. Y, como dice el refrán, “lo que no mata engorda”, hay venenos que producen obesidad (incluso en la población infantil). Pero también la naturaleza es dañada por los contaminantes químicos que llegan a producir en los animales curiosos “cambios de sexo” e incluso “hermafroditismo”.

El autor de esta inquietante monografía (más bien elenco de horrores químicos) nos hace una llamada de urgencia ante el problema –hay que quitarse “la venda de los ojos”- para que defendamos “tolerancia cero” con los daños de la contaminación química. También una explícita crítica contra las autoridades cuyos controles y niveles de tolerancia son insuficientes para reducir los daños del “cóctel tóxico” con el que habitualmente convivimos. También hay, en esta antología de perjuicios quimicos, un “llamamiento a la acción” con un elenco de oportunas medidas: primacía del principio de precaución (con aplicación de los procedimientos de gestión del riesgo de las sustancias químicas), mayor control sobre las industrias químicas ys sus contaminantes, adopción de las mejores tecnologías disponibles, aplicación del principio “quien contamina paga”, atajar los problemas en su origen,  potenciación de los estudios epidemiológicos sobre zonas especialmente conflictivas, campañas de información y prevención sobre la población ante los riesgos químicos, potenciación de la producción ecológica, acceso a la información, etc. También existe una “química verde” o sostenible a la que dedicaremos un posterior comentario. Y, otro gallo cantaría en esta materia si aplicásemos seriamente el nuevo marco reglamentario de la Unión Europea sobre la gestión de sustancias químicas (conocido con las siglas REACH).

Espero que quien lea el libro de Carlos de PRADA no acabe obsesionado, paseando por las calles con una mascarilla y receloso de cualquier contacto sospechoso, e incluso altere sus costumbres alimenticias. Quién no recuerda el exitoso libro de Jonathan SAFRAN, “Comer animales”, una original mezcla de literatura y ciencia, que pone en entredicho alguno de nuestros hábitos alimentarios y constituye uno de las más agudas y acérrimas críticas a las granjas industriales.

Es indudable que los avances científicos y el acceso universal a la información ha incrementado en nosotros la percepción de los riesgos y peligros. Pero también es verdad que hoy tenemos, los ciudadanos, más instrumentos –como los que describe de PRADA– para combatir los engañosos avances de la ciencia y de la técnica que ocultan bajo aparentes éxitos (y, desde luego, pingües beneficios económicos) peligrosos riesgos para la salud humana y para el medio ambiente.