La Voz de Galicia
Sobre lo ambientalmente correcto, lo sostenible e insostenible y otras inquietudes acerca del estado del planeta Tierra
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Esta noche hemos dormido (o podido dormir) una hora más gracias al cambio horario que, desde aproximadamente el año 1981, se produce en muchos países de Europa en vitud de una Directiva comunitaria que persigue el ahorro energético. En realidad, el “cambio de hora” (“dayling saving time” en su expresión) fue inventado por el constructor inglés Willian WILLET en 1905 y se generalizó por todo el mundo (en particular en el hemisferio norte) a partir de la “crisis del petróleo” de 1974.

¿Realmente se logra ahorrar energía con esta medida? o bien, lo único que provoca es que algunos seres humanos suframos en nuestro “reloj biológico” perjudiciales perturbaciones. En nuestro país, el Instituto para la Divesificación y Ahorro de la Energía (IDAE) se encarga de informarnos cada año, puntualmente, que el ahorro en el consumo de energía eléctrica, entre los meses de marzo a octubre, puede llegar al 5% equivalente a unos 300 millones de euros (90 millones de ahorro en los hogares y el resto repartido entre los edificios del sector de servicios y la industria). Pero hay quien discute con argumentos que tal ahorro es más bien ficticio porque lo que se ahorra por la noche se gasta por la mañana y viceversa.

Sea lo que fuere, lo cierto es que el ahorro energético es uno de los compromisos que la Unión Europea se propuso en 2006 (el “paquete de medidas 20-20-20”) entre los que se encuentra (además de la reducción de las emisiones en un 20% y el aumento de las energías renovables en un 20%) el objetivo de lograr de aquí hasta el 2020 un ahorro del 20% del consumo anual de energía primaria. Ahora bien, el ahorro energético va intimamente unido a la eficiencia energética que se concreta en un conjunto de normas mínimas de rendimiento energético y normas sobre el etiquetado, aplicables a los productos, a los servicios y a las infraestructuras.

Justo antes del verano, a mediados del mes de junio, se logró un acuerdo para consensuar la nueva Directiva Europea de Eficiencia Energética, finalmente aprobada por el Parlamento Europeo y por el Consejo de Ministros el pasado mes de septiembre con el voto en contra del España y Portugal. Esta Directiva ofrece, pese a haberse limitado los objetivos previstos en la propuesta inicial, un gran potencial: reducción de la factura energética de la UE (y por consiguiente de sus dependencia energética), la reducción de las emisiones de CO2, la creación de puestos de trabajo, el impulos al I+D, ventajas para los consumidores, etc. Como han señalado destacados expertos, como Pedro LINARES, la eficiencia es un elemento básico para salir de la crisis.

Como no recordar aquí el enorme impacto que produjo en mi aquella obra ya clásica que bajo el sugerente título: “Factor 4. Duplicar el bienestar con la mitad de los recursos naturales”, informe presentado al Club de Roma por E. U. VON WEIZSÄCKER, L. H. LOVINS y A. B. LOVINS (publicado en España en 1997 por la editorial Galaxia Gutemberg-Círculo de Lectores). Es cierto que sólo el ahorro por el ahorro no es suficiente para lograr los ambiciosos objetivos de la Unión Europea  sino que éste debe ir unido al proceso tecnológico de la  eficiencia energética y de eco-innovación.

En los informes publicados en 2010 y en 2011 por el equipo de Economics for Energy con la colaboración de Bloomberg New Energy, sobre el “Potencial económico de reducción de la demanda energética en España”, se ponen de manifiesto la considerables posibilidades de ahorro de los costes energéticos en el sector público y en el privado, teniendo en cuenta el escenario tendencial existente en la actualidad.  Una reducción de aquí al 2030 que alcanzaría el 26% respecto de la demanda previsible en ausencia de cambios tecnológicos (de eficiciencia energética que de producirse podría suponer una reducción adicional del 19% respecto del escenario previsible en 2030).

Soy de los que piensa que en nuestra sociedad opulenta que parece desmoronarse hay un gran despilfarro de recursos energéticos –que vienen del fuera- que es preciso frenar. Y de nuevo los expertos parece indicarnos que es posible vivir mejor con menos.