La Voz de Galicia
Sobre lo ambientalmente correcto, lo sostenible e insostenible y otras inquietudes acerca del estado del planeta Tierra
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Un año más los incendios forestales en Galicia son, desgraciadamente, noticia. Quien podía imaginar que lo peor llegaría a principios de este extraño otoño, o mejor, de esta «prórroga del verano». Siempre hay que estar preparados. En cualquier momento prende el fuego devastador que en pocos minutos acaba no sólo con largos años biodiversidad sino, lo que es más triste, con la vida de sufridos operarios de las brigadas anti-incendios.

Y, como siempre, encontramos por doquier reproches entre los responsables políticos; críticas que entran dentro de la lógica de la confrontación partidista pero que muy poco ayudan a desvelar las claves de la solución a un problema que, gobierne quien gobierne, se repite con machacona tozudez.

Cierto es que, pese al desánimo que producen las imágenes de los calcinados paisajes de nuestra tierra, mucho se ha avanzado en la prevención y lucha contra esta lacra de nuestra sociedad. Hay muchos medios humanos y materiales  disponibles (aunque siempre serán pocos); se han multiplicado las publicaciones científicas con experiencias de muchos países sobre metodologías para la prevención, control y seguimiento de este fenómeno; aquí en Galicia hemos organizado multitud de seminarios y mesas redondas sobre el problema; cuántas normas jurídicas abordan el problema; cuántos planes se aprueban para gestionar las crisis; …, y es que ¿todavía no hemos aprendido nada de nuestros errores pasados?

Las causas que inciden en el problema de los incendios forestales son muchas y variadas (económicas, sociológicas, ambientales, etc.) y, en todo, caso todo parece indicar que una parte importante de los incendios son intencionales –no accidentales-, provocados por la malicia, negligencia o estulticia humanas. ¿Represalias políticas? ¿conductas antisociales? ¿envidias propietaristas? ¿falta de sensibilidad ecológica?… No lo sé. Quizá sea la suma de todo ello. Lo que me parece indiscutible es que el fuego no sabe de colores políticos. Sucede aprovechando las condiciones climáticas propicias (eso sí) y se ceba con los recursos forestales de los pacientes propietarios (centenares de miles en Galicia).

Como señalan los últimos trabajos sobre la defensa contra los incendios forestales, el nuevo enfoque debe de tomar en consideración todas las cuestiones que inciden sobre el problema: las determinantes de la gestión del riesgo de incendios, pero también las demás cuestiones territoriales, sociales, económicas y medioambientales; lo que se viene en llamar, una “gestión integral de los incendios forestales” que superen su visión la mera gestión de una catástrofe más.

Mecanismos de extinción, todos los disponibles; medidas preventivas (limpieza de los bosques, declaración de épocas y zonas de riesgo, regulación de quemas, prohibición de actividades de riesgo, etc.) todas las que se puedan; fórmulas de carácter restaurador y compensatorio, por supuesto. Pero a mi juicio, junto todo lo anterior, el secreto de las solución está en nuestra propia mente. En el respeto para con la naturaleza, en la sensibilización hacia los valores ambientales, en la cultura de la colaboración, en la participación democrática, en la justa y valiente reacción ante la irresponsabilidad de los pirómanos e inadaptados sociales, etc. Y esto no se improvisa. Es tarea de muchos años –quizá de generaciones- en la que nada ayuda la irracional confrontación entre que quienes de verdad estamos empeñados en acabar con esta triste historia que se repite una y otra vez.