La Voz de Galicia
Sobre lo ambientalmente correcto, lo sostenible e insostenible y otras inquietudes acerca del estado del planeta Tierra
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Realmente no están los tiempos para muchas alegrías pero no podemos permitir que la crisis nos envuelva de tal manera que secuestre nuestra esperanza de alcanzar un mundo mejor. Y a todo esto, se apila en nuestro escritorio un nuevo ensayo de James LOVELOCK, este sabio científico británico, creador de la famosa “hipótesis Gaia” (la Tierra como ser vivo que se autorregula y cuenta con su propia fisiología), y autor –entre otros mucho títulos- de la “Venganza de la Tierra” su último trabajo que citamos aquí hace pocos meses. Esta vez se trata de su obra “La tierra se agota. El último aviso para salvar nuestro Planeta” (publicado en 2009 pero traducido en España y publicado ahora por la editorial Planeta).

El título es bien expresivo del pesimismo (eco-pesimismo) que encierran los fundamentados comentarios de este afamado nonagenario sobre la evolución del cambio climático y sus efectos catastróficos sobre la Tierra; y todo ello sin importarle criticar –por tibios- los pronósticos del mismísimo Panel Integubernamental del Cambio Climático (IPCC) y, por supuesto, a los gobiernos porque “están aceptando sin el menor sentido crítico la creencia de que el cambio climático es rentable y fácilmente reversible”; critica de la que no se escapan tampoco los “puritanos ecologistas”. Y poco a poco, con una extraordinaria clarividencia desgrana lo que va a ocurrir con nuestro Planeta en las próximas décadas, tras los 12.000 años de “paz climática” que hemos disfrutado. “Queda poco tiempo para actuar” y LOVELOCK defiende que la “adaptación” al clima cambiante es al menos tan importante como las tentativas políticas para reducir las emisiones, “tenemos que prepararnos para el fracaso mediante la adaptación”. Y sigue afirmando: “creo que es mejor que aceptemos y comprendamos cuán escasa es la posibilidad de nuestra supervivencia…”; y ¡de repente!, ante un panorama tan desolador, dice: “pero confiemos en el hecho de que nuestra especie es de una fortaleza excepcional, ha sobrevivido a siete grandes catástrofes climatológicas en el último millón de años, y no es probable que se extinga en la que se avecina”.

Como una débil luz en la oscuridad este pionero científico ecologista –pero defensor a ultranza de la energía nuclear- parece abrirnos una puerta a un moderado optimismo existencial, y que el fin de Gaia todavía se va a hacer esperar.

Poco después de la publicación de esta obra, salta al mercado editorial el ensayo de Matt RIDLEY: El optimismo racional. ¿Tiene límites de la capacidad de progreso de la especie humana? Este autor –periodista científico que se hizo famoso con la publicación de otros bestseller sobre la evolución de la naturaleza humana y el Genoma- expone a lo largo de más de 400 páginas la impresionante historia de los logros alcanzados por la “ilimitada capacidad de innovación del ser humano”; una verdadera apoteósis de los hitos de la prosperidad de la civilización, gracias a la ordenación y especialización del trabajo y al intercambio de ideas a lo largo de la historia. Ningún reto –según este trabajo- ha quedado ajeno a la conquista de la mente humana para superar los problemas de alimentación, de desarrollo energético, de rendimiento económico, etc. Me recuerda mucho esta obra a la del Profesor danés Bjørn LOMBORG: El ecologista escéptico, traducida al castellano (Espasa, 2003), que todo aficionado a los temas ambientales debería leer pese a su acérrima y demoledora crítica a ciertos planteamientos típicos del movimiento ecologista. Ambos trabajos son tachados de “mitología productivista” por los críticos pertenecientes al ecologismo más radical.

Comprendo que para suscitar el necesario cambio de pautas de conducta que nuestro modelo económico precisa, los ecologistas utilicen en ocasiones el catastrofismo, se pongan en el peor de los escenarios, e incurran sin quererlo en un negativo pesimismo. Pero a mi juicio, la realidad hay que analizarla despejada de cualquier apasionamiento que pueda errar en los diagnósticos que se concretan después en estrategias y aún en normas de obligado cumplimiento. Pero sin ser tan optimista como RIDLEY, suscribo cuando dice, reconociendo los problemas pendientes en nuestro planeta, “es precisamente el hecho de que aún hay mucho más sufrimiento y escasez en el mundo lo que hace que tanto yo como cualquier persona con corazón desee que el optimismo ambicioso sea moralmente obligatorio”.