La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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A mediados de los ochenta los sábados por la madrugada echaban en la TVG un espacio que se llamaba Sky Chanel. Lo ponían justo antes de la lucha libre. Y durante el tiempo que duró, rivalizaba también con el mundial de México 86. Las tres cosas me flipaban. En realidad, aquel Sky Chanel era un resumen de videoclips que ponían en el canal que solo se podía ver con parabólica. Y para mí eran una cita sagrada.

En teoría allí sonaba lo que arrasaba en Inglaterra: A-ha, AC/DC, Pet Shop Boys, Bangles o Modern Talking. Aquello llegaba como con humo (en serio, los videos siempre tenían una neblina muy de esa época). Sonaba muy moderno. Muy sofisticado. Muy excitante. Son esos contactos vírgenes con la música irrepetibles y que te marcan. Uno de los videoclips que se repetía cada semana era “Don’t Get Me Wrong” de The Pretenders. La canción era flipante. La imagen de Chrissie Hynde conduciendo un deportivo rojo, tremendamente adictiva. No era la típica guapa a la que estabas acostumbrado a ver como guapa. Era otra cosa que más tarde descubrirías como atractivo. La música tenía esa guitarra nerviosa, ese punto sintético ochentero y esa voz ligeramente perezosa que la hacía irrechazable. Me encantaba repetir la experiencia cada fin de semana.

Pero pasó el tiempo, crecí, leí revistas de música y formé “un criterio”. En esto último, a principios de los 90 existía un mantra que indicaba que las producciones pop-rock de los ochenta eran una porquería. No eran reales. Sonaban a plástico. Sí, todo eso que que nos había resultado sofisticado, moderno y excitante no valía. Y, con una canción así, había que decir eso de “el tema en sí no es malo, pero la producción lo destroza totalmente, los ochenta hicieron mucho daño” y apelar a los dos primeros discos del grupo, a los “buenos de verdad”.

Sin embargo recuerdo una vez, a finales de los noventa o principio de los dosmiles, que en el Patachim Juanjo, el dj, la empezó a poner. Algunas veces los paladares indies le bufaban. En una ocasión, imagino que hasta los mismísimos, la puso se subió a una silla desde dentro de la barra y empezó a gritar: “¡Esto es un temazo! ¡Esto es un temazo! ¡Esto es un temazo!”. Para luego ponerse a bailar como un niño que quiere chinchar a otro. Todo ante la complicidad de unos y la cara de “¿y este de qué va?” de otros. Yo era de los primeros. Creo que aquel día recuperé la canción de golpe.

“Don’t Get Me Wrong” es un temazo. Sí, como los de las Supremes o las Ronettes. Es decir, un temazo canónico que trasciende a todos los “criterios” que se le quieran poner.