La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Toy
Santiago, Cidade da Cultura
30-8-2014

Ocurrió mientras sonaba Dead & Gone, con el cielo anaranjado dibujándose tras sus siluetas de melena al viento. En ese momento Toy estaban creando verdadera magia. Una canción perezosa y maquinal que, de pronto, obligaba a respirar fuerte y subirse a ella como quien dice adiós al mundo gris del día día. Toda esa romántica exploración del ritmo, la melodía y el ruido que realizan los británicos lograba ahí un summun. La recta final del tema, con esa guitarra elevándolo al infinito, podría durar horas y horas. Nadie protestaría. Era tanto el placer auricular y plástico ahí condensado que si en ese momento alguien preguntase dónde está el paraíso algunos dirían sin dudarlo: aquí.

El quintento londinense volvió a encantar en Galicia. Lo habían hecho ya en una actuación para la historia en el Festival do Norte del 2013. Ahora refrendaron todo en otro formato. Con la estampa pretendida en los Atardeceres do Gaiás en su grado máximo, el cielo cambió tras ellos de color. Primero, azul. Luego, naranja. Más tarde, verde. Finalmente, negro. No contaron con el mismo volumen de Vilagarcía. Tampoco de medios. El modesto set de luces fue exprimido al máximo por su técnico logrando resultados sorprendentes. Además, hubo un acento en el lado más pop de la banda que entonces. El resto, prácticamente igual. Es decir maravillosamente igual.

Sí, Toy lanzan una flecha certera al corazón de aquellos que se pirran por el kraut-rock y el sonido shogazer. Buscan hipnosis, pero también evanescencia. Por ello, cada vez que desde el escenario se soltaba un chorro de humo, la sensación fantasmagórica de ver sus cuerpos desdibujándose resultaba la materialización física de su música. Como si vivieran de espaldas a ese mundo pop que descubrió las guitarras angulares del post-punk y se quedó atascado ahí para siempre, Toy proponen algo tan fuera de tiempo, de onda y espacio como lo que en su día fueron Ultra Vivid Scene, Galaxie 500 o Spacemen 3. Dicho de otro modo de otro modo, su música se revela pura, misteriosa e, insistimos, romántica.

Hubo calambres. También momentos en los que la piel misma del corazón se ponía de punta. Los polvos mágicos de Conductor abrieron la noche y, suspendidos en el aire, se impregnaron en la piel de todos los presentes. Si en el disco remitía a Neu!, en directo su excelente batería parece sacado de Joy Division. Él marca el ritmo mecánicamente humano, mientras la pareja de guitarristas le echan encima cataratas guitarreras. Todos parecían concentrados, ensimismados en la música, formando parte de una misión en la que se revisaba sus dos álbumes para el deleite general. Cayó, cómo no, Motoring deliciosa. También la psicodelia enredadora de As We Turn. Y, por supuesto, Join The Dots, un momento final sublime guiado sobre un bajo triangular del que surgió toda una estampida de lava ruidosa.

No resultó tan avasallador este paso como el del Festival do Norte. El marco era otro y el concierto, por lógica, tenía que resolverse de modo diferente. Pero, aún así, resultó una actuación sensacional de una de las mejores bandas británicas del momento. Porque sí, puede que no se les tenga en cuenta en los medios patrios. Aunque quien se pone ante ellos, no los olvida. Y eso es lo que cuenta. Ojalá pudieran volver algún día por aquí en una sala.