La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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trish-keenanCada fan articula su universo musical con los latidos del corazón. Ahí de poco o nada vale lo que se entiende por criterio. Ahí gobierna la dictadura de las emociones. Si un grupo llega, llega. No importa que la crítica ataque los supuestos valores de una banda o la relegue al destierro. Cuando un grupo hace click todo se evapora. Y hace años, allá por 1997, Broadcast lo hicieron en el corazón de un puñado de jóvenes en España de un modo inesperado. Fue un click para siempre, que con el tiempo se reveló como una historia de amor con el mejor de los principios posibles. Pero también, desgraciadamente, con un trágico final.

Flashback. Agosto de 1997. Festival de Benicassim. Última jornada. Conciertos de la tarde. Una lluvia inesperada obliga al público a refugiarse en la carpa en la que iba a arrancar su actuación Broadcast. Nadie o casi nadie conocía a la banda. Entonces, había sacado un puñado de (gloriosos) singles recopilados en el volumen Work And Non Work (1997). Supuestamente se trataba un grupo derivativo de Stereolab (dígase con cierto tono despreciativo). Pero empezó a sonar. Y a encantar. Aquel The Book Lovers enredador mareaba. Nublaba la vista y elevaba el pecho en una suerte de ingravidez ensoñadora totalmente ajena a la juerga festivalera. La lluvia tormentosa atrapaba al público y su música, comandada por la voz deliciosa de Trish Keenan, surgía como una masa de sonido llegada de un lugar lejano en el tiempo y en el espacio. Realmente no se escuchaban allí canciones, si no una especie de bucle musical psicodélico y misterioso totalmente embaucador. En el tramo final del concierto, apareció el sol. Y surgió el arco iris. En ese preciso y precioso momento un puñado de jóvenes se dieron cuenta de que el FIB de los pavo reales (Suede, Blur, Chemical Brothers y Pavement lideraban el cartel) una ave solitaria, de vuelo errante y atípico, les había atrapado el corazón. Click.

De poco servía luego la mirada por encima del hombro de una buena parte de la crítica. Decían, con cierta mofa, que les había tocado la bicoca de la lluvia, que jamás volverían a reunir a tanto público en su trayectoria. De lo que se había conjurado allí dentro, nada. De sus méritos musicales, tampoco. Y del valor artístico de la propuesta, ni hablar. Ellos se lo perdían. Porque lo de Broadcast había que tomárselo muy en serio. Cuando la prensa babeaba por los Stereolab del Emperor Tomato Ketchup (1996) algunos pensaban en silencio que, quizá, Broadcast incluso podían superar a la banda de Laetitia Sadier. Mucho más atmosféricos y centrados, menos eclécticos y dispersos, los de Birmingham se había colado en la vida de varias decenas de fans abduccidos por su belleza hipnótica. Se sentían exactamente igual que cuando en BUP se habían enamorado de la chica rara de la clase.

Salto en el tiempo. Junio del 2010. Festival Sónar Galicia. Segunda jornada. Conciertos de la tarde. El auditorio de Expocoruña acogía a unas 200 personas. Esperaban la actuación de unos Broadcast reducidos a dúo. La nave la comandaban James Cargill y Trish Keenan que, pronto, demostraron no solo eso de que menos es más, sino que justificaron tantos años de trabajo silencioso mientras el barullo en Inglaterra lo montaban The Libertines, Franz Ferdinand, Kaiser Chiefs y los demás pavo reales del pop. Sí, todo ese placer furtivo que había proporcionado su inmaculada discografía derivó en algunos de los minutos musicales más conmovedores que se hayan podido presenciar en Galicia sobre un escenario. Lejos de exagerar, lo de su concierto en el Sónar-Galicia fue inenarrable. En el FIB del 97 se había mostrado como una banda llegada de un lugar remoto; aquí proponía el camino contrario: llevar a la audiencia a una región inexplorada. Bañados por un delicioso vaho retrofuturista y proyecciones psicodélicas a lo Exploding Plastic Inevitable, James y Trish dejaron a la audiencia boquiabierta, ensimismada y tan derretida por dentro como aquel que, habiéndose enamorado de la chica rara en BUP, comprobaba como 13 años después la fascinación no hizo sino crecer y crecer hasta límites insospechados.

En el tramo final del concierto, Trish se puso en el lugar de Nico e interpretó una pieza inédita. Puede que haya sido lo más cercano al espíritu de The Velvet Undeground visto por los ojos de nuestra generación. Resoplidos, placenteros ladeos de cabeza, puños cerrados. Diez minutos y pico de repetición, intensidad y ruido celestial que explicaban mejor que nada porque muchos, pasada ya la treintena de largo, siguen enganchados a la música pop y todo su poder de fascinación.

Por todo ello, la noticia de muerte de Trish la semana pasada llegó como un verdadero jarro de agua fría. De algún modo Broadcast era un grupo insignia, algo a lo que agarrarse sobre seguro, al que querer a ciegas, sin miedo a la traición. Y pensar que aquella mujer cuya sombra se proyectaba sobre el vaivén de In Here The World Begins y nos hacía soñar y soñar ya no estaba con nosotros, generaba un vacío enorme. El pecho que otrora se elevaba, sentía así un golpe duro, seco e inesperado que lo paralizaba, una tristeza infinita y un deseo de rebozarse en los recuerdos y sensaciones generados por la vocalista de una de las mejores formaciones que ha dado el pop en los últimos 15 años.

Definitivamente, un ángel subió al cielo el pasado viernes. Y, seguramente, la rueda ya haya girado lo suficiente desde entonces para desdibujar a Trish, quedándose su muerte en una nota a pie de página en el resumen del año. El mundo es así, se supone. Pero algunos, sin embargo, estamos obligados a llevar la contraria a la inercia. No podríamos olvidarla tan fácilmente. Queda mucho amor flotando aún en la tristeza como para ello.


Vídeo de la segunda parte de actuación en Capri, Italia, meses antes de su pase en el Sónar. Es el mismo concierto que se pudo ver en A Coruña en junio grabado con buena calidad. Un documento excepcional cuyo enlace dejó un lector en los comentarios de la entrada precedente. Vale la pena poner la opción de pantalla completa y verlo entero, especialmente los diez últimos minutos