(El suplemento Fugas de La Voz de hoy publica una entrevista con Beyoncé con motivo de su nueva película. Junto a ella se incluyó este perfil de la artista)
Año 2003. «¿Estás preparado?». Lo pregunta una desafiante Beyoncé en el vídeo de la célebre Crazy In Love. El espectador asiente. Desconoce la bola de fuego que viene luego. Entre suntuosos «oh, oh, oh, oh» e imposibles contorsiones físicas y vocales, surge toda una irresistible erupción soulera propulsada por samplers de época. Con ella Beyoncé se corona definitivamente como una de las reinas del pop de la década, la cara negra de la misma moneda en la que figura al dorso Kylie Minogue. Igual que ella, el trono conlleva el estatus de mito sexual.
No obstante, genera polémica en ambos frentes. Como ocurre con Scarlett Johansson, la mirada femenina y la masculina parecen llevar lente diferente. El escucharlas, a muchas de ellas, tachándola de gorda —sí, sí, de gorda— genera que en la mayoría de los rostros de ellos se dibuje una mueca de interrogación. También que alguno, preocupado por adónde nos puede llevar esta locura impuesta por los diseñadores de moda, solicite una urgente revisión de los cánones de belleza. Que a este ritmo la Sofía Loren de los sesenta va a ser retomada como un ejemplo claro de obesidad.
Por otra parte, está su producción musical en la que incluyen algunos de los mejores singles del último decenio. Eruditos y puristas no opinan lo mismo. Es más, la consideran un puro chicle y un cero a la izquierda. Seguramente necesiten 20 años y la nostalgia del recuerdo granulado para verla como hoy se ve a Diana Ross. A la que, por cierto, interpretó en la bienintencionada pero fallida Dreamgirls. Y es que lo de su valía como actriz, pues, ejem, corramos un tupido velo.
Del mismo modo que Diana en The Supremes, Beyoncé Giselle Knowles (Houston, 1981), dio el primer paso firme de su carrera dentro de un grupo de laboratorio. Nos referimos a las Destiny’s Child. Surgidas en los primeros noventa, no cristalizaron hasta el enganche entre una década y otra. Entonces jugaban a lo dulce y lo agresivo en clave r&b. Acariciaban a golpe de tercipelo melódico con los celos desesperados de Say My Name y prendían fuego a la pista de baile con Bootylicious, una palabra compuesta y creada por Beyoncé que junta los vocablos booty (‘trasero’) y delicious (‘delicioso’) en donde lo dejaba claro sus intenciones: «Mis caderas son firmes, mis muslos tambien / mi pelo es bonito, mis ojos son frescos / luzco ardiente, huelo muy bien / vengo como bajada del cielo». Paradójicamente, todo ello contó con el asesoramiento de su padre, el pastor Rudy Rasmus de la Iglesia Metodista Unida de San Juan, que ha guiado su carrera.
Su mentor le inyectó ego y la impulsó en el 2003 a dar el paso en solitario con el exitoso Dangerously in Love. Breve reunión de las Destiny’s Child mediante, el paso fue definitivo. Luego, llegó un segundo disco, B’ Day. Y, posteriormente, un tercero supuestamente bicéfalo, I Am Sasha Fierce, que en su cara agresiva incluye la ya célebre Single Ladies, todo un cántico al “busco marido en la discoteca”. Posiblemente sea, tras Crazy In Love, su mejor tema. Un trallazo de r&b que rememora la fuerza de Tina Turner y cuya coreografía ha sido imitada por artistas de todo pelaje, desde Justin Timberlake a Pilar Rubio. Y bueno, esta semana estrena una película. David Bowie también fue actor, ¿no?
Eu tamén opino que Single Ladies é a mellor canción de Beyoncé despois de Crazy in Love, é máis, case diría que son as dúas únicas boas cancións que fixo ata o momento. Xa a descubrira en Destiny’s Child (era un dos meus grupos favoritos cando tiña 20 anos, algo que agora non recoñezo en público). Non por maciza, pero diría que musicalmente Rihanna estalle comendo terreo.