La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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cooper1Existen personas que tienen una parte de su vida dedicada al pop y otras para las que el pop es la vida misma. Alejandro Díez, el ex líder de los míticos Los Flechazos y actualmente responsable de Cooper, podría ejemplificar a la perfección la segunda opción. Erudito y militante de la causa en su vertiente mod desde los ochenta, en su trayectoria no solo descansan un puñado de grandes canciones, sino la sensación de que su diario personal se va abriendo de continuo entre melodías y estribillos.

«Me he pasado media vida desnudando mi corazón, confesando mis secretos en cada canción», dice en Ruido, una de las canciones incluidas en este, el tercer largo de Cooper. Lo clama entre guitarras afiladas que recuerdan a los The Jam electrizantes de la primera época para reivindicarse como artista en medio del sinsentido que generalmente reina la industria del pop nacional. Esa que siempre le dio de lado y por la que Alejandro pide complicidad a su público: «Ojalá tú quieras estar del lado del perdedor», dice unos versos más adelante en el mismo tema.

Lo cierto es que resulta fácil ponerse a su vera. La cuestión es sortear la vulgaridad imperante y llegar al oído adecuado. Si este adora el power-pop de ascendencia sesentera y raigambre británica erigirá, si es que no lo ha hecho ya, a Cooper como un icono que reverenciar. En sus canciones hay belleza, pasión y clase a raudales. También constantes guiños a clásicos inalterables. Y unas dosis de sentimentalismo, muy a lo Nacha Pop, que acarician la fibra sensible de un modo que pocos, muy pocos, han logrado en España. Véase, por ejemplo, Canción de viernes, un sentido y bellísimo medio tiempo que recoge el espíritu preciosista de los Teenage Fanclub del Grand Prix y que el autor dedica a su padre recientemente fallecido.

Como ocurrió en Retrovisor, su álbum precedente, este trabajo recopila toda la producción de Cooper en singles y epés durante los últimos dos años, junto a cuatro temas aún no publicados. En este apartado figura Hyde Park, que lleva el cuño de hit de Cooper tatuado en la piel, El fin de la inocencia que posee un delatador aroma a lo Tamla Motown, la versión de El sueño de Nacha Pop y Lisboa, una conmovedora muestra de psicodelia mareante que se perfila como el mayor hallazgo sonoro de un disco donde todo suena familiar.

Alejandro confiesa carecer del don de la sorpresa en la música. Tanto da, sus canciones suenan a ya oídas del mismo modo que la primavera se repite año a año sin que, por ello, deje de enamorar. Y eso, que puede parecer lo más cursi del mundo, recobra el significado en cuanto el play se pulsa y el grupo empieza a girar. Entonces, no queda más remedio que alzar la voz para decir alto y claro: sí, estamos del lado del perdedor.