La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Existen discos que parece que están ahí para ser adorados, sin más consideración. Elepés completamente fuera de tiempo que no necesitan impresionar a nadie, que solo es cuestión de dejarlos sonar para que el flechazo sea instantáneo. Son álbumes que solo se pueden rechazar con la razón y la represión dogmática (ya se sabe: que si son retro, que si no innovan, que si los Byrds lo hicieron antes mejor…), pero desde luego no con el corazón.

Grand Prix, el cuarto álbum de los escoceses Teenage Fanclub, es de esa clase de discos. La sensación que produce su escucha es similar a la de estar desbordadamente enamorado y no saber muy bien qué hacer: si besarla, si achucharla, si cogerla de la mano, si…!buff! En efecto, nos referimos a ese estallido de emoción interna con el que no se puede parar de emitir suspiros, hacer gestos de “pero ¿cómo puedo decir lo que siento?”, de dibujar una sonrisa y no dejar de pensar que eres una persona extremadamente afortunada.

¿Cómo lograron todo eso? Con maestría, oficio y ese algo inexplicable que hace que surja inmediatamente el amor. La manida expresión “artesanía pop” se creó para discos como éste, con tal grado de perfección, donde todo está en su sitio y donde no sobra ni un solo segundo. Como si de una clase magistral de pop clásico se tratara, desde About You a Hardcore Ballad el festival de estribillos y melodías es de órdago. Norman Blake, Raymond McGinley y Gerard Love se introducen aquí en las esencias de The Byrds, Beatles y Big Star y extraen una magia que trasciende a cualquier ejercicio de estilo en el que se les quiera incluir. Como ocurría con Suede y el glam o los Black Crowes y el rock sureño, en la era mágica del pop ellos también hubieran destacado.

Lo que resulta difícil es destacar alguna canción, solo quizá diferenciar entre las que proporcionan suaves dosis de placer (About you, Sparkys Dream, Discolite…) y las que directamente te ponen a sus pies con toda esa emoción descrita antes en el pecho. En ese compartimientio descansan Don´t Look Back, haciendo equilibrios malabares en el legado de los Byrds y dosificando los tempos hasta llegar a un final apoteósico, Neil Jung tirando de la sombra Zuma de Young y esa deliciosa maravilla de ternura pop que es Going Places.