La Voz de Galicia
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¿Porqué tengo la sensación que esta ha sido la penúltima Navidad?   la Navidad tal como la hemos vivido hasta ahora.

Porque las fiestas de Navidad se construyeron en torno a un relato bíblico que festejaba el nacimiento de Cristo. El cristianismo es una de las patas -junto con la filosofía griega y el derecho romano- sobre la que se asienta nuestra civilización y hoy, esos relatos se están guardando en el trastero dentro de una caja de Amazon.

Sin el relato no se puede vivir ni jugar a la Navidad porque pierde todo sentido montar el Belén. Las figuritas tendrían que ser refugiados, la sagrada familia vegana y la estrella de oriente un cohete de Ellon Musk, Herodes un yutuber  andorrano y los reyes magos republicanos. No hay alternativa al  relato alternativo construido sobre la Navidad.

La Navidades de nuestra cultura eran un gran rito comunitario, hoy son una orgía mercantil. Cuanto más se convierte la cultura en mercancía más se aleja de su origen y más se debilita la comunidad dónde se construyó. La comunidad como mercancía es un buen negocio y el fin de la comunidad.

Perdido el relato cultural la alternativa es otra religión o el plagio y en eso estamos: religiones identitarias de todo tipo y plagios que venden más y mejor.

Las figuritas del Belen, los villancicos, los reyes magos, los christmas de papel, el espumillón, el álbum de fotos, los juguetes de jugar con las manos -no con el dedo- o el agua de los camellos, son cosas que se van perdiendo sin darnos cuenta para ser carne de anticuario dentro de unos años.

Todas estas «cosas» empalidecen detrás de lo que Chul-Han llama las «no cosas», que son ese caudal imparable de información y mercancía que no tiene cuerpo ni materia pero que llena todo nuestro mundo.

Las cosas de verdad tienen edad, se guardan, se tocan, se heredan. Las «no cosas» se archivan, se borran, se venden en Wallapop, no se poseen, sólo se tiene «acceso» a ellas. En el mundo actual las emociones tienen que ser inmediatas, intensas, variables y efímeras, difíciles por tanto de recordar e imposibles de poseer no siendo en una nube de terabites.

Cada vez acumulamos más «accesos», más cantidad de datos sin recuerdos que conservar ni cosas que poseer  con las que poder establecer un vínculo emocional estable.

Los recuerdos de la Navidad Comunitaria ante pandemia están agonizando para quedar confinados a un uso doméstico y particular, hasta que nos tengan que ayudar a bajar la caja de Amazon y olamos a pis de gato.

No existe un ejemplar de libro electrónico ni Belen virtual encima del aparador capaz de atesorar un recuerdo para siempre.