La Voz de Galicia
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En la Grecia Antigua se condenaba al ostracismo a los ciudadanos considerados  un peligro para la comunidad; la palabra viene de ostrakón, haciendo referencia a los fragmentos de cerámica -parecidos a la concha de una ostra- dónde se escribía el nombre del condenado a permanecer fuera de la sociedad durante el tiempo de destierro.

Estas fiestas han sido para muchos de nosotros unas Navidades condenadas al ostracismo. Aparte del que esto escribe, han sido legión aquellos que  por haches o por PCR, han sido condenados o han elegido el auto ostracismo navideño sin tan siquiera una ostra que echarse a la boca con su nombre grabado en la concha.

El ostracismo navideño se está fraguando como una alternativa navideña mayoritaria, algunos llevan desterrados tres años seguidos y si tenemos en cuenta que todo hábito se instaura a través de la repetición, un par de ostracismo más y ya anhelaremos la llegada del aislamiento navideño, que a todo se acostumbra uno sin ser milagro.

Manual de recomendaciones para disfrutar del ostracismo social durante las fiestas de Navidad: No llore, no se deje arrastrar por la nostalgia sociofamiliar y permanezcan serenos; no detonen disparadores del mal rollo y no enciendan la tele para ver ese tuti furti de programas recopilatorios del año saliente. No se rompan la cabeza queriendo comer algo especial, el buen ostracista debe prepararse menús intrascendentes si contenido simbólico alguno, un par de huevos fritos o un poco de pasta son suficientes. Tiéntense de adquirir cualquier suerte de dulces de temporada, active el modo: » los polvorones son para el verano».

No abran los wasaps hasta mediados de enero y si necesitan chupar algo, chupen una cáscara de centollo, nécora, ostra o almeja con su nombre tatuado en crudo. Háganse el muerto.

Feliz ostracismo a todos los condenados.