La Voz de Galicia
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Los lectores de esta columna estarán ahora con un ojo en el periódico y una oreja en el gori gori de los niños de San Ildefonso, esperando la subida de tono que anuncia un premio sustancial con el que recibir alguna alegría, una pedrea o una pedrada (lo más habitual).

Ese cantico lleva siglos abriendo la Navidad, llenando de ilusión y sueños las cabezas, aunque a la inmensa mayoría no nos toque nada y resolvamos la frustración con: «la mejor Lotería es la salud y la economía». Pero este año, ni siquiera eso, porque la salud está otra vez asediada por este virus que ronda por casa, y una economía hecha unos zorros.

Ni siquiera si nos toca un premio será desahogo de grandes planes porque -tapar agujeros aparte- no está el ambiente para despilfarros, ni viajes exóticos, ni gastos extras  con   PCR y test de antígenos.

Puestos a hacer un plan de gastos extraordinarios, no se me ocurren otros que no sean esperanzas de poder fundirte el pastón más adelante, cuando ómicron se debilite y dispongamos de alguna tregua antes de que aparezca el siguiente mutante ladrón de ilusiones.

Y los niños de San Ildefonso cantarán con mascarilla frente un auditorio restringido de gentes disfrazadas de coronavirus. En  este preámbulo cojo de unas Navidades a medio gas con festines en el congelador, belenes en urnas de cristal y telefelicitaciones.

No obstante, muchos viviremos la Navidad desde el recuerdo, porque esta sólo es otra Navidad;  la Navidad de  verdad, ésa que añoramos todos, sólo existe en nuestra infancia. En ese tiempo en que estaban todos y no había bichos que nos amargaran el turrón.

¿Alternativas? Paciencia, dos huevos fritos con chorizo y  a esperar estrellas   desenmascaradas con PCR  negativo.

La mejor lotería es la  vacuna y la alcancía.