La Voz de Galicia
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Veo poco la televisión porque me aburre, no me interesa casi nada de la programación y porque no hay anuncios. Todo es un anuncio.

En la tele de antes, mediada la película o el programa, intuías que en breve se oiría: «Voy a poner la cena que vienen los anuncios», «Bajo a la perra que vienen los anuncios» o un entretenido reto doméstico: «Te echo una de anuncios». Y venían los anuncios.

Eso ya no existe y cada diez minutos te dejan cautivo con un sádico: «volvemos en 1,6,10,15 y hasta 20 minutos», no una ni dos veces, más y la última, más larga, justo en el desenlace y cuando la madrugada empieza a ponerse cara de levantarte a las siete. No lo aguanto.

Durante una tregua publicitaria vi la noticia que anunciaba que el metálico David Muñoz- chef de DiverXO- comenzaba en enero del III año.p.p a cobrar a 360 euros vellón por su menú degustación -vino y cafés aparte-; a fecha de hoy ya está lleno. Linchamiento reticular a parte, escuché sus razones y la opinión de un señor con mucho sentido común, Karlos Arguiñano.

El Mozart de la nuestra cocina argumentaba que el objetivo de la subida era mejorar las condiciones laborales de la tropa de cocineros cualificados que necesita para crear los lienzos que pinta. Fantasías al límite del sabor:  «No tenemos límites, queremos volar lo más alto que podamos imaginar», dijo.

Arguiñano opinó lo mismo: la cocina de vanguardia es carísima y requiere el mismo número de cocineros que de comensales, pero es necesaria para avanzar: «alguien tuvo que inventar los chipirones en su tinta o la mayonesa».

A DiverXO no se va a comer se va a descubrir y el que pueda, que pague lo que vale.

( A ver si me invita)