La Voz de Galicia
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Para los profesionales que llevamos más de cuarenta años fajándonos en las trincheras de la Salud Mental, es una buena noticia que el gobierno haya sacado del cajón la necesidad de legislar y prestar atención a una patología que sabemos será prevalente en los próximos años. La cuestión está en el cómo y el para qué.

La patología mental presenta una etiología bio-psico-social compleja en la que se imbrican  genética,  familia,  educación,  medio ambiente, sociedad y cultura. En el abordaje de esta complejidad, la historia de la psiquiatría ha pasado por muchas fases en función de los avances neurológicos, psicológicos, antropológicos, psicofarmacológicos y psicoterapéuticos. Hubo etapas en las que tuvimos que aliarnos con el mismísimo diablo para intentar rescatar al paciente del pozo de la locura, otras en que pusimos el acento en el aspecto social  y familiar -la llamada antipsiquiatría-, otras de euforia ante el advenimiento de psicofármacos eficaces para cuadros hasta entonces inabordables, otras en que el descubrimiento del inconsciente nos abrió la posibilidad de explorar las profundidades de la mente humana y otras en que la neuroimagen nos permitió fotografiarlas.

Es imprescindible conocer todo este recorrido  para legislar sobre   Salud Mental sin caer en paradigmas obsoletos o fanatismos tribales del pasado siglo. Son los profesionales de la salud mental quienes tienen que diseñar el contenido de una futura Ley y resulta muy peligroso dejar esa tarea en manos de los políticos de todo pelo y pluma, que siempre lo harán desde un oportunismo ideológico que nada tiene que ver con la verdadera patología mental y sí con una «psicologización» de la vida cotidiana que sólo favorece lucrativamente  a los numerosos pregoneros que travisten el  dolor de vivir en nuevas enfermedades.

No todo el sufrimiento que tiene la vida necesita de gurús, no toda catástrofe, pérdida, desengaño, desamparo, desilusión o enfermedad  necesita de una legión de psicólogos uniformados para afrontarlos, más bien, esta hipertrofia de agentes de ayuda nos debilita como individuos y como sociedad. Es quien sufre quien tiene que valorar la necesidad de pedir ayuda y no quien quiere hacerla necesaria. Lo importante es poder tener acceso a ella.

Última ocurrencia: «La Llorería» recién abierta en el barrio de Malasaña, es un espacio que pretende normalizar el hecho de ir al psicólogo. Quien quiera visitarlo, allí encontrará «rincones instagrameables»  con mensajes motivadores encaminados a entender que «a veces estar mal también está bien y no pasa nada por pedir ayuda». Al final de la visita, les obsequiaran con una invitación para una sesión de terapia psicologica on-line de 60 minutos. Un espacio para llorar todos nuestros malestares y animar a más del 60% de ciudadanos que nunca se han planteado la necesidad de acudir a un psicólogo.

Pasen y lloren