La Voz de Galicia
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En medicina cuando los síntomas de una enfermedad van reduciéndose poco a poco hasta desaparecer, entendemos que la patología se ha resuelto por «lisis»; por el contrario, cuando la resolución se produce de forma rápida y brusca, hablamos de «crisis». Los mismos conceptos son aplicables a cualquier sistema en evolución.

Cuando hablamos de crisis económicas o sanitarias como la que nos aprieta hace ya casi dos años, nos estamos refiriendo a su aparición abrupta pero no a su resolución, que no será por crisis como anuncian los gobiernos sino por  lisis.

Del marrón en que estamos metidos iremos saliendo poco a poco, de forma lenta y casi imperceptible pero a la larga, el cambio al que estamos obligados será cualitativo.

Paseo por este verano distópico y veo a la gente como la orquesta del Titanic, comiéndose un helado con mascarilla y sentados en una terraza bajo la lluvia y un frío otoñal con bermudas y chancletas.

Los partes covídicos que llenan los telediarios se escuchan como los meteorológicos, mirando si sigue la nube negra en el cuadrante noroccidental o qué hora de toque de queda tenemos esta semana, que credenciales hay que llevar si pretendes huir o cuantos botellones se han disuelto ayer.

La orquesta sigue tocando como si nada pero los músicos están cabreados como monas, irritables y agresivos. Los más jóvenes tienen ganas de bronca y salen en manada  buscando a quien apalear, los adultos teletrabajan, telerelacionan, telecompran y televiajan amordazados a punto de darles un telele.

Pero luchamos y nos aferramos a la antigua normalidad que va haciendo lisis lentamente, creando nuevos hábitos, nuevas rutinas, nuevas perplejidades. La música no deja de sonar pero cada vez suena más tenue, más desconfiada y con menos gente en la pista.

Eso sí, todos vacunados de espanto.