La Voz de Galicia
Seleccionar página

Dice Borges que todo amanecer finge un comienzo y en parte tiene razón.

Con el amanecer despierta la conciencia y  activan las emociones; hay amaneceres que son una oportunidad y amaneceres que son un continuum de agonía.

En la depresión el amanecer es el peor momento del día,  un volver a tener que seguir la marcha sin destino ni sentido, un ser sin querer estar.

En la juventud no se saborean tanto los amaneceres porque adquieren la intrascendencia de lo cotidiano (ya no te digo si van cargados de botellón y efectos especiales).

Cuando adultos no hay amanecer idéntico porque siempre nos acompaña  un dolor distinto, nuevos bostezos de una artrosis fugitiva o lágrimas viejas de pasadas derrotas.

En la vejez los amaneceres están desocupados de proyectos pero repletos de serenidad, la vida se ve desde una perspectiva  en la que lo que más importa es sencillamente, el amanecer.

Cuando el amor, los amaneceres se amplifican y se convierten en caricias anaranjadas con sabor a  beso.

El amanecer borra las sombras de la noche que es donde habita el miedo más miedo, ese miedo que sólo se siente en la mente sin enemigo presente que lo aceche. Es el  Apofis egipcio, el demonio con forma de reptil que vive en las tinieblas y que RA -dios del sol- apuñala todos los días en que el cielo se tiñe de rojo.

Hay amaneceres de alondra y amaneceres de lechuza, amaneceres a reacción y amaneceres imposible. Bendiciones e improperios se alternan para saludar al sol.

Los amaneceres del confinamiento tuvieron una especie de sincronización entre la vida real y la vida que nos damos,  resultando apacibles, con un ritmo increscendo sin discontinuidad que nos distrajera.  Días de comunión con banda sonora que nos agrupó frente a un enemigo común, amaneceres de solidaridad y re-conocimiento.

Confieso mi miedo. Miedo a amanecer y comprobar que Jorge Javier y Rociito siguen ahí, que todo el circo electoral sigue ahí, que los rusos, los chinos y todos los Señores del aire siguen ahí. Que ellos, ellas y elles siguen ahí, posiblemente inaugurando un comienzo o amenazando un final. Parangonando el aserto tabernario: «Hace un día precioso, verás como viene alguno, alguna o algune y lo jode «.

Hoy no me quiero levantar, toda esta gente me sentó fatal. Quiero amanecer como los niños, sin prosa ni prisa, sin otro afán que jugar hasta que caiga el sol. Sin nadie que me ofenda ni nadie que me amenace, sin dudas ni rencores.

Cada amanecer finge un comienzo decía Borges. Y el cura de una aldea de la Mariña comenzaba siempre el sermón dominical con un convincente:  «Como decía nuestro Señor Jesucristo.. y en parte tenía razón».