La Voz de Galicia
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El   annus horribilis  que hemos dejado atrás sigue sacudiendo réplicas,  malas y buenas, como ocurre en todos los año históricos.

De las malas no hace falta hablar porque aún nos quedan muchas que aguantar, pero el nuevo año ha alumbrado algunas positivas: la aplicación de la vacuna del brujito de Gurugú contra el pandenemigo, la defenestración de Trump -que puede marcar el inicio del desarrollo de una vacuna contra los populismos de todo signo- y desmontar, una vez más, la fantasía de disfrutar de una  seguridad a prueba de virus y masas.

En esto también ha sido EEUU quien ha marcado el ritmo de la evolución,  inventando la vacuna y  al pato Donald  Trump para bien de la humanidad.

La lección del asalto Capitolino demuestra que no hay estructura ni organización democrática alguna inmune a la masa  enardecida en torno a una idea, un líder o a una emoción.

El sociólogo de  masas Gustav Le Bon identificó sus  características:  «En la masa se borran las actitudes intelectuales de los hombres y, en consecuencia, su individualidad. Lo heterogéneo queda anegado por lo homogéneo y predominan las cualidades inconscientes». Pone además el énfasis en su sugestibilidad y credibilidad contagiosas, una masa es una unidad mental sin sentido crítico, con sentimientos exagerados y simples; instintos incontrolables, irritabilidad e impulsividad, autoritarismo, intolerancia y sentimiento común de colocón colectivo.

Freud, por su parte, pensaba que las masas funcionan entre el sueño y la hipnosis desde el inconsciente, sobrecargadas de emociones, y las califica de locas y primitivas, una suerte de regresión intelectual y afectiva de la civilización misma. En la masa no se reprimen las tendencias inconscientes, desaparece la conciencia y el sentimiento de responsabilidad y son crédulas e influenciables, y su afectividad queda extraordinariamente intensificada así como su actividad intelectual notablemente disminuida.

Un líder, una ideología supremacista envenenada de rencor simbólico y una masa de seguidores borrosos y confesos, son el peor coctel para la paz. Tomen nota los dirigentes que desde su inconsciencia se dedican a alentar y fomentar seguidores que sin capacidad de crítica alguna, se identifican con las ideas que predican, rindiendo el raciocinio a una masa amorfa  e incontrolable. Tomemos nota todos para no jugar con estas cosas.

Da que pensar que en esta orgía de comunicación, de redes sociales, de bigs datas, de servicios de inteligencia y controles de todo tipo, el país más grande del mundo no haya sido capaz de detectar la puesta en marcha de una masa embriagada de convicción. Pasó igual con las Torres Gemelas.

Tantas películas mostrando la destreza tecnológica existente que puede controlarlo todo, y resulta que no son capaces de prevenir una cuadrilla de zombis organizados en las redes sociales.