La Voz de Galicia
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Sentía una tensión torera por ver cómo salía de chiqueros esta Navidad de hierro desconocido; por saber si sabría torearla bajándole la cara y brindando con champán a unos tendidos desiertos de familia, amigos y allegados.

No salió tan traicionera y resabiada como esperaba, al fin y al cabo, estas fiestas tenían que ser coherentes con el año cárdeno y cojitranco que llevamos padeciendo. Y así fueron, aunque  algo de bueno ha tenido esta Pascua -solsticio de invierno para los revisionistas- insólita. Leo que bajaron un setenta por ciento los comas etílicos, un cuarenta las trifulcas madrugonas y otro tanto los accidentes de tráfico, cifras que señalan el aspecto benevolente de la pandemia ; tampoco el marisco, el cordero y demás viandas temporeras alcanzaron las cotas imposibles de los años conocidos hasta la fecha. Bienvenidos sean también.

Han sido estas fiestas un tiempo de despertar  nostalgias desconocidas, unos días dónde la presencia de las ausencias se ha hecho sentir de una manera rara, no por los que ya se han ido, sino por los que están y sólo pudimos abrazar y besar por videowasap o skype. Una sensación de condena revisable sin permiso de fin de semana, un paquete, vaya.

Pero con todo, si cabe, creo que han sido unos días donde se ha puesto en valor lo importante de la familia y allegados, esas gentes a las que dábamos por accesibles en todo momento sin pararnos a pensar que su disponibilidad permanente, era un lujo con fecha de caducidad vírica y perimetrada a seiscientos talegos la fuga. Empezamos a comprender que la familia y allegados son una riqueza que desconocíamos, que los ritos fundantes de nuestra cultura son tribales y necesitan de ellos, que nos heredamos los unos a los otros en una cadena de rutinas de vino y marisco de pocilga cuando no hay del otro, pero al calor de rito, del clan y de la tribu.

Se piensa uno nacido de la nada, vacunado de ausencias de familia, amigos y allegados, hasta que se da cuenta que estamos tejidos en un muaré de relaciones familiares y de amistad en las que hay zambullirse primero para poder flotar luego en eso que llaman humanidad.

Vendrán tiempos distintos pero mejores después de esta experiencia; para la próxima temporada, la gente va a reservar con mucha antelación los chistes, los abrazos, las caricias, los desfases  y hasta la sabiduría parda de los cuñados.

Feliz Navidad!

P.D. No se relajen que todavía queda el Fin de Año que tendremos que lidiar sin cotillones y sin  cuadrilla de amigos y allegados que nos echen un capote, a ver si somos capaces de rematar bien la faena.