La Voz de Galicia
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Hay dos tipos de psiquiatras: los que se formaron en un Hospital General y los que lo hicieron en un manicomio; ni mejores ni peores, distintos. Los formados en un manicomio somos una especie a extinguir  como las instituciones dónde aprendimos el oficio, donde bailamos,  jugamos y convivimos de sol a sol con la locura. Los manicomios son instituciones totales donde toda la vida transcurre en su interior (cuando digo toda, digo toda).

Hasta el advenimiento del psicoanálisis y la psicofarmacología, la psiquiatría tuvo que aliarse con el mismísimo diablo para poder rescatar al enfermo mental del pozo de la nada y el tratamiento custodial, con toda la sordidez que conllevaba,  era el único medio de que disponíamos.

Algunos ilustres avanzados intuyeron que aquellas instituciones tenían que cambiar, que tenían que humanizarse para volver a romper otra vez las cadenas de la locura. Uno de  ellos fue el Dr. Cabaleiro Góas que consiguió construir el Hospital Psiquiátrico de Toén, en Ourense – sin duda alguna- un faro de la psiquiatría que ha guiado a propios y extraños.

La psiquiatría de sector, la psiquiatría comunitaria, la psiquiatría antropológica, los primeros avances psicofarmacológicos, el psicoanálisis, el psicodrama, la sistémica; también la escultura de Florencio Darboiro la pintura de Fidel Vidal, la Botánica de  Rodriguez Gracia, escritores, pensadores, el presiente do Parlamento,  poetas…todo eclosionó en Toén creando una Escuela singular  nacida  del alma de Cabaleiro.

El sueño del profesor se quedó a medias y sólo consiguió abrir un nuevo pabellón, el resto lo embalsamaron silbas y toxos sin llegar a estrenarse. Auditorios Nobles, tiendas,  talleres y el viejo pabellón abandonado, con sus rejas y sus celdas, como un Auswicht sin turistas.

Pasear las incendiarias tardes orensanas por La Cochada- dónde se sitúa el Hospital Psiquiátrico «Dr. Cabaleiro Góas»- recorriendo esas ruinas y contando en silencio los palitos tallados con las uñas por los enfermos en las paredes de las celdas de aislamiento, era una experiencia emocional correctiva semejante a una visita a Auswicht en soledad.

Saltó hace poco  la noticia de que el viejo Hospital había sido agraciado -tras años de abandono- con su reconversión en el Centro Integral contra Incendios de la Comunidad.

Jamás imaginé que todo ese escenario grabado a fuego en el hipotálamo acabaría siendo un sofisticado parque de bomberos. Ver aquella decadencia me hacía sentir más viejo, esto no me hace sentir más bombero de calendario.

Al fin y al cabo ambos destinos sirven a  la Comunidad,  salvaron y salvarán muchas vidas y sus funcionarios son profesionales  de  la ayuda, muchas veces, de forma heroica.

De Toén salió una fecunda escuela psiquiátrica y espero que salgan los más sobresalientes bomberos.

Polvo será, más polvo agradecido. D.E.P «Sus deudos».