La Voz de Galicia
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Fue un exitoso escritor y periodista catalán  cuyo nombre no recuerdo, quien contaba que se había aficionado a la ópera a fuerza de asistir a ella sólo para deleitarse observando la mirada de las mujeres (disculpen el posible micro machismo del relato, pero es que de aquellas no se estilaba lo del patriarcado exterminador ni la multitud de ofendiditos que actualmente han proliferado) y que lo mismo le pasó con los toros y el teatro.

El encuentro con la mirada, sean de soslayo, colgadas de un abanico o de derviche explorando la sala de espectáculos, siempre provoca una reacción emocional; el encuentro con una mirada está directamente conectado a nuestro cerebro y un contacto prolongado  provoca reacciones emocionales intensas, de hecho, pocas miradas se sostienen más de 8 segundos.

Mucho se ha escrito y teorizado sobre las diferentes formas de mirar y su correlato psicológico, existen varios tipos de miradas y sus mensajes son diferentes: cuando miramos a la izquierda estamos contactando con algún recuerdo, cuando lo hacemos a la derecha, algo estamos imaginando o construyendo en la mente.

Si miramos hacia arriba evocamos recuerdos, si miramos hacia abajo, contactamos con emociones y sentimientos.

Los ojos revelan si una sonrisa es falsa, porque en las de verdad,  se hinchan, se dilatan las pupilas y salen patas de gallo.

Se puede fulminar con la mirada, hay miradas que matan, miradas tristes, acogedoras, apasionadas…casi nunca una mirada es emocionalmente neutra.

Normalmente en un encuentro de miradas la información se procesa con esta secuencia: miramos a un ojo, luego al otro y luego a la boca, formando un triángulo de significados que darán o no paso a mantenerla o esquivarla.

En estos tiempos de bozales, las miradas cobran mayor relevancia y no hay otra geografía fisionómica con la que orientarse.

Suerte