La Voz de Galicia
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«La caricia es un juego con algo que se escapa». (Levinas)

Esperando en la cola del súper  dos caballeros que ya no cumplían los cincuenta y que, a juzgar por el tono de su conversación, debían ser dos amigos que hacía un tiempo que no actualizaban sus vidas, uno le preguntó al otro  y ¿qué tal con fulanita? A lo que el interlocutor contestó: «nada no pasamos de hacer manitas». Hacía años que no escuchaba esa expresión, casi tantos como los que no la usaba.

En el paleolítico de hace cuarenta años o más, los adolescentes «hacíamos manitas», un tímido protocolo amoroso que señalaba una primera aceptación de la relación (si podías hacer manitas, entonces el sí era sí y el no era no sin necesidad de legislación alguna).

La expresión me llevó a realizar una pequeña encuesta doméstica entre algunos adolescentes conocidos y saqué las siguientes conclusiones:  que  las fases del cortejo amoroso siguen siendo las mismas solo que se inician  más pronto, se queman mucho antes, y son diferentes, porque a la mayoría de mis encuestados varones les pareció una cursilada eso de hacer manitas, prefiriendo iniciar el cortejo jugando a la wii , viendo una serie o comiéndose una pizza en calzoncillos y sin afeitar.

Algunos de ellos equivocaban el hacer manitas con el «meter mano», actividad bastante menos romántica e inocente que me pareció una grosería como  inicio de un cortejo amoroso. Detalle implacable de que soy mayor.

En otros tiempos, la fase de meter mano  era un momento delicado porque venía a ser el penúltimo escalón  antes de consumar la relación (generalmente en el coche, sin wii y sin pizza) y ahí sí que un «no» era un cierre contundente  que tampoco hacía falta legislar.

A ver si va a ser por eso.