La Voz de Galicia
Seleccionar página

Leyendo el ensayo de Stefan Sweig: » Tres maestros: Balzac, Dikens y Dostoyevski», uno bucea a pulmón libre en el alma del pueblo ruso. Un pueblo singular en su historia, sufridor, resiliente hasta extremos impensables para quienes bebemos vino en vez de vodka, vemos el sol casi todo el año y no tenemos campos de concentración estables y siberianos.

Resulta sorprendente como un país de esa magnitud y riqueza, habitado por gente humilde en su gran mayoría, que ha soportado guerras interminables, hambrunas y experimentos ideológicos que se han cobrado millones de muertos y deportados, siga subyugado por unos dirigentes que hacen bueno el dicho del «Plus ça change, plus ça continue».

Me iba a tomar un té leyendo el periódico y me lo amargó la noticia de que otra vez -y no sé cuantos llevan ya- a vuelto a actuar la mano negra de la antigua  KGB disfrazada de «guardapatrias» que caza osos, enseña torso bajo cero y vende camisetas con su rostro estampado para mayor gloria del líder.

Esta interminable película en blanco y negro de agentes especiales que espolvorean con polonio el descansillo de los disidentes, asesinan periodistas poco afines y embarcan azafatas camufladas que le sirven un té con gotitas de veneno en pleno vuelo al líder opositor es una prueba incuestionable de que «Plus ça continue».

Me duele la Rusia de a pié, me duele su paciencia, su resignación, su oscuridad y sordidez, sus nuevos ricos horteras…la eterna condena a una vida de vodka y represión para todo aquel que se atreva a denunciar o plantar cara al stablishement de siempre.

Como para fiarse de una vacuna jaleada por el mismo que sirve tapas de polonio , pasta de dientes contaminada y tés con sabor a arsénico.

Nos quejamos de vicio.