La Voz de Galicia
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“Los que dejan al rey errar a sabiendas, merecen pena como traidores”. (Alfonso X el Sabio).

La cita viene a cuento porque a pesar de  los siglos sigue siendo una verdad intemporal que señala uno de esos defectos humanos que no  modifica el 5G, el tuiter, la globalización ni nada que no sea la honestidad, la ética o la moral.

En el culebrón real dónde la mayoría de las balas disparan por elevación se hacen patentes las palabras de Martin Luther King: “no me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los carentes de ética; lo que más me preocupa es el silencio de los buenos. No solo somos responsables de lo que hacemos sino de lo que no hacemos y de lo que callamos”.

¿Dónde están los empresarios que tan pingües beneficios obtuvieron gracias a la mediación del rey Juan Carlos? ¿Dónde los políticos de todo signo que bendijeron sus errores? ¿Dónde los amigos intelectuales, periodistas y medios de comunicación que encubrieron sus desmanes sin advertirle? ¿Dónde, en suma, todos aquellos conjurados en una rentable conspiración de silencio?

Para todos ellos Juan Carlos era un rey simpático y campechano con el que navegaban, comían, bebían, gozaban de sus favores y su capacidad de mediación, llenaban de regalos y prebendas, reían todas las gracias y animaban sus errores con palmaditas de traición en la espalda.

Es indignante la deriva de un rey que tan buenos servicios hizo a España antes de perder pie,  igual que  lo fue la del Virrey de la Cataluña del 3% , pero resultan más indignantes  todos aquellos “buenos amigos y vasallos” que no fueron capaces de advertirle de sus errores; esos que entonces callaron y ahora murmuran inocentes en los cenáculos: “pero si eso lo sabía todo el mundo”.