La Voz de Galicia
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Retomada la relación social  en esta nueva realidad anunciada, aparece la vieja defensa psicológica de la resistencia al cambio.

Cualquier sistema biológico se resiste a poner en marcha lo que la cibernética aplicada llama mecanismos morfopoyeticos de autorregulación, que viene a ser la inevitable necesidad de cambiar la estructura del sistema para poder sobrevivir en un nuevo ambiente.

Celebraba un amigo su entrada en la década prodigiosa de los sesenta: la juventud de la madurez, el atisbo de la tierra prometida de la jubilación, el sabor metálico y desconocido del temor a morir en la orilla; los rencorosos dolores de espalda por cualquier sobreesfuerzo físico y la tediosa y lenta recuperación psíquica de una noche de amigos y copas.

En la década de los sesenta casi todo el pescado está vendido y lo que eres serás, si algo o nada, eso según hayas jugado las cartas y la suerte o la fatalidad que te hayan acompañado. Algo parecido a la pavorosa máxima que suele presidir  el frontispicio de algunos cementerios: «El destino del cuerpo aquí lo veis, el del alma, según obréis». Sencillamente aterrador.

También es época de recolección de lo sembrado que puede ser abundante o escaso según el esfuerzo, la astucia o la suerte que hayas tenido con la climatología.

Momento de celebración en cualquier caso y de comprobación de que todos los allí presentes, manteníamos la misma forma y estructura de siempre; podía cambiar el sabor de las excelentes croquetas de la anfitriona, pero los llamados a esa mesa, no variamos en nada el protocolo vigente para el sesenta cumpleaños de un amigo.

Ni dos metros de cariño, ni mascarillas de proa, ni gin tonic de hidrogel. La resistencia a cambiar estos protocolos se hace más intensa tras seis décadas disfrutándolos. Las croquetas ni de coña.