La Voz de Galicia
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El  pueblo español y el japonés  comparten el mismo concepto del honor. El honor calderoniano es análogo al honor que predica el Bushido dónde ambos lo anteponen a reyes y amos: » al  rey la  hacienda y la vida sea de dar, pero no el honor, porque el honor, es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios» y el irremediable seppuku ritual de Yukio Mishima ante el deshonor de su pueblo tras  la rendición de Hiroshima,  obedecen al mismo sentimiento.

Nuestro pasado comparte tantos capítulos heroicos que se entiende que sean fecundos en orgullo y en  honor.

Estos sentimientos fueron y son nuestra fortaleza y nuestra debilidad. El orgullo excesivo  siempre precede a la caída  y no hay honor que tan alto escale  que no caiga después.

El Español siempre ha sido un pueblo orgulloso y con un alto sentido del honor, creo que fue Nietzsche quien dijo que los españoles éramos un pueblo que cometió el error de querer ser demasiado grande. No le faltaba razón.

Desde su inicio en el reinado de Carlos I y el resto de la dinastía de los Austrias, el imperio español  mantuvo su esplendor  gracias a que contaba con el mejor ejército del mundo:  los Tercios Viejos.

Los Tercios españoles mantuvieron  su imbatibilidad durante más tiempo que las  mismísimas legiones romanas y al contrario que el resto de sus enemigos, nuestros Tercios estaban formados por mercenarios voluntarios y asalariados, no por levas de jóvenes bisoños reclutados para la milicia; su mantenimiento fue posible gracias al oro de América que bañaba el imperio y a la aportación de grandes nobles en su mantenimiento.

Pero la mala gestión de la riqueza que los  sucesivos monarcas hicieron del dinero, metiéndose en inútiles e interminables guerras fanáticas , queriendo ser demasiado grandes, llevó a la ruina de nuestros soldados que  no cobraban ERTES ni paros y tuvieron que recurrir al saqueo para poder sobrevivir. El mejor ejército del mundo perdió el orgullo y el honor por culpa de unos malos Señores.

Estos meses han sido difíciles y de exaltación  del orgullo patrio por  tener «La mejor Sanidad del mundo» -cosa que era bien cierta-  pero, como ocurrió en la derrota de Rocroi en 1643 que supuso el fin del mito de unos Tercios descuidados y desabastecidos, la guerra del Covid-19 ha supuesto el fin del mito de una Sanidad invencible por el mismo motivo: el descuido de sus dirigentes para mantenerla bien equipada.

Se quejaba el primer verso del Cantar del Mio Cid: «Que buenos vasallos serían, si tuvieran un buen Señor «.

!Mantengamos vivo nuestro orgullo sanitario! esta masacre no ha sido nuestra derrota, sino una lección para nuestros señores.

Esperemos.