La Voz de Galicia
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Será una consecuencia más del largo confinamiento y la reciente libertad condicional, pero se percibe una extraña sensación en el ambiente que tiene a la gente desubicada, tensa, desorientada temporal y espacialmente, con un cuerpo extraño nada habitual  para lo que solían ser los inicios del verano.

Una sensación de juego revuelto que no se acaba de organizar conforme a las reglas habituales, con futbol todos los días, mapas de territorios prohibidos, playas con tickets de entrada,  copas de hidrogel, saludos sin achuchón, morenos de terraza, fiestas sin parroquianos y un tufillo generalizado de precaución y desconfianza.

Este verano que está rompiendo ritmos e intensidades,  transcurre entre un trajín de reuniones europeas, comparecencias televisivas, y propuestas electorales enmascaradas en tibios calores que tampoco son los esperados para la estación.

Un juego revuelto que puede que nos pase factura en los meses invernales por falta del descanso acostumbrado. Este año los agoreros del síndrome posvacacional lo tienen crudo, porque lejos de deprimirnos vamos a estar encantados de que acaben estas vacaciones sobresaltadas y poder volver a lo rutinario, si es que  eso será posible.

Es conocida la necesidad del ser humano de mantener unos ritmos fijos y una cierta rutina tanto en el trabajo como en las vacaciones, necesitamos que el mundo tenga aspectos predecibles para poder combatir la incertidumbre de la vida.

Una necesidad que explica el goce de los niños por ver una y otra vez la misma película o escuchar el mismo cuento,  la misma  que el adulto tiene por  los ritos y fiestas que señalan tiempos y hábitos sociales esperados que nos ayudan a mantener la fantasía de que el mundo es predecible aunque nunca lo haya sido.

Este verano de juego revuelto  es el claro ejemplo de cómo la rutina puede saltar en pedazos cuando uno menos se lo espera; es comprensible que la incertidumbre que se está instalando en nuestro descanso haga repuntar la angustia de lo impredecible. Un “desacougo”, un “bule-bule” que nos vamos a llevar y traer de la playa, la montaña o nuestra vivienda habitual, en vez de la nostalgia trasgresora que nos depara el veraneo.

En este año distópico la actitud más serena es la de un famoso aristócrata británico que estaba disfrutando de sus merecidas vacaciones pescando en un lago del norte de Escocia, cuando recibió una llamada en el móvil que le alertaba de que sus acciones se habían ido al garete, su mansión había ardido y parte de sus negocios estaban en banca rota.

El noble escuchó sin inmutarse toda la retahíla de desgracias, colgó el teléfono y le dijo a su acompañante: “el lunes voy a tener un día horrible”.

Pues algo así.