La Voz de Galicia
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Durante esta clausura obligada que padecemos ha proliferado el intercambio de wasaps de contenidos nostálgicos entre amigos y familiares: recopilaciones de canciones vintage, fotografías antiguas, juegos de mesa desahuciados, anuncios de hace décadas, películas… Compartía con unos amigos el disfrute que nos producía volver a ver los Estudio Uno de la televisión en blanco y negro y la magnífica generación de actores que los interpretaban: José Bódalo, Fernán Gómez, Paco Rabal, Alfredo Landa, las Gutiérrez Caba, Aurora Bautista y tantos otros.

Hay un sentido que late en este tipo de mensajes y que no obedece a un ¿por qué? sino a un ¿para qué? Es decir, cumplen una función.

Allá por los setenta, el sociólogo Fred Davis publicó el libro Anhelo del ayer: Una sociología de la nostalgia. En él, Davis se percataba de que los recuerdos de la infancia provocaban sentimientos de seguridad. En 2015 dos profesores de la Universidad de Southampton identificaron tres funciones importantes de la nostalgia: la autoorientación que robustece la seguridad en uno mismo, el fortalecimiento del significado de nuestra propia historia y la consolidación del vínculo con los seres queridos.

No es casualidad que decoremos nuestro hogar con fotos de bodas, viajes, fiestas con amigos, aniversarios o familiares ausentes con lo que fomentamos la nostalgia, cumpliendo las anteriores funciones de la añoranza.

Escuchar canciones o ver series de cuando éramos jóvenes no es ninguna pérdida de tiempo, sirve para combatir la soledad y la tristeza; sirve para generar una sensación de continuidad en la vida que facilita recordar lo que somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos y para destacar lo que de verdad es relevante en nuestra historia. Cosas que nos orientan y dan seguridad.

La nostalgia es un remedio natural contra la soledad y el aislamiento porque revive el vínculo con los demás.

La nostalgia también tiene su lado oscuro cuando se utiliza con fines populistas como se vio en el brexit, la campaña de Trump o la plétora de eslóganes con que populistas de izquierdas y derechas adornan sus aquelarres.

En definitiva, la nostalgia que reverdece durante este confinamiento está sirviendo para orientarnos, para aliviar la soledad, para pensar nuestra historia personal, para fortalecer los vínculos con familiares y amigos que hacía años que habían desaparecido de los anaqueles y escritorios, para valorar las pequeñas cosas que disfrutábamos sin ser conscientes de su valor y derramar alguna que otra lágrima depurativa.

En estos momentos raros y difíciles, provocar la nostalgia escuchando la banda sonora de nuestra vida, mirando fotos antiguas guardadas en el álbum o el carrete del móvil y llamar a amigos abandonados por la prisa son una buena receta: Pomada de Nostalgia, a dosis terapéuticas.