La Voz de Galicia
Seleccionar página

El Profesor William F. Ruddiman es un peleoclimatólogo  de Virginia que plantea una hipótesis muy interesante: en las tres pandemias más grandes que ha sufrido la humanidad la concentración de CO2 bajó considerablemente; cada vez que una de ellas asolaba al mundo, las  grandes explotaciones agrarias y asentamientos humanos eran abandonados durante siglos, la huida del hombre hizo que creciera la vegetación y disminuyera el CO2 atmosférico, con lo que la temperatura del planeta descendió.

Cuando uno ve el espectáculo inútil  de las reuniones mundiales sobre el clima -rictus desencajado de Greta incluido-, los mares de plástico, el aumento de temperatura y el efecto invernadero, las sequías, las inundaciones, los incendios… A uno no le deja de parecer razonable la función correctora que identifica en las pandemias la hipótesis de Ruddiman.

Tenemos un cerebro reptiliano que se activa de forma instantánea ante cualquier «in-put» que reconozca como una amenaza y la aparición del virus chino lo ha activado desatando a  la amígdala cerebral -una estructura que atesora todas las emociones relevantes para la  especie humana-.

Esta pequeña estructura toma el mando de nosotros provocando cambios radicales en las  conductas encaminados a lograr sobrevivir, y lo hace esquivando al cerebro racional a través de las emociones, sobre todo el pánico.

Es el miedo quien  desata las estampidas frenéticas que causan miles de víctimas, y es el miedo a ese miedo quien nos las recuerda de por vida y nos las hace repetir.

La actual pandemia ha gatillado la amígdala cerebral y la gente ha empezado a desarrollar conductas irracionales, desde acumular rollos de papel higiénico a negar el peligro.

A Ruddiman no le cabe duda de que después de esto el hábitat humano va a cambiar abandonando las grandes concentraciones de gente urbanas y regresando al abandonado entorno natural.