La Voz de Galicia
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La escena es la siguiente: una pareja de adolescentes acodados en una de esas mesa altas que ponen ahora en los bares de las que hay que bajar haciendo rapel. Se miran esquivos, se atusan el pelo, ensayan gestos de adultos… se gustan. El chaval comienza a garrear sin saber qué hacer con las manos y acaba cogiendo el móvil y mandando un wasap eléctrico;   suena una campanita en el de ella y salta en la pantalla «me gustas» lo que , ipso facto, es respondido de igual forma por ella. En unos minutos estaban degustando un tímido  beso con sabor a calamares. La escena es tan  tierna como inquietante.

Trasluce la dificultad de comunicarse con el otro real hablando y mirándose a la cara. Muestra la carencia de tener que utilizar objetos intermediarios – con el  wasap media una señal y el satélite repetidor, con las palabras solo media el olor a calamares.  Se entrevé el desconcierto de cotejar las imágenes del Instagran con la realidad y el  pudor de la desnudez real, no la del selfi.

La inseguridad frente al contacto en 3D producido por la pérdida de las diferencias en un mundo sometido a la tiranía de la igualdad,  como explica Byung-Chul Han, un joven filósofo coreano formado en Alemania que disecciona la sociedad actual                                                                                                   alertando de la extinción  de lo distinto.

Byung dice que el  neoliberalismo ha derivado en un mundo dónde las diferencias se difuminan; la tecnología ha conseguido uniformar el planeta y todos hacemos, deseamos y dependemos de lo mismo que nos venden y compramos con avidez;  ya no hay opresores frente a los que rebelarse porque somos nosotros mismo los que nos hemos tiranizado hasta la extenuación; habla de la Sociedad del Cansancio, dónde los más inmisericordes  explotadores somos nosotros mismos imponiéndonos un rendimiento físico, laboral y de ocio que cambia la rebelión en  depresión por agotamiento.

Una Sociedad narcisista que en su enajenado afán de diferenciarse ha acabado uniformándose  y expulsando a lo distinto.

Si todos somos iguales el otro desaparece y es imposible conseguir eso  que llaman autoestima, porque para aprender a quererse es necesario que otro te quiera y te lo trasmita en vivo.

Las redes sociales  plasman con claridad esta idea, pueden hacerse mil selfis y  obtener mil «me gusta», pero eso no es una relación es una  conexión que nada dice del otro ni de la verdad de lo dicho.  Los blogueros  no dejan de ser narcisos solitarios generalmente con dificultades de relación 3D,  esclavos de su afán por ser siempre diferentes haciendo lo mismo que todos; «yos ideales» que pastan en las redes dándose atracones de imágenes buscando  conseguir la fantasía de ser distintos.