Llegar a El Cairo es sumergirse en un enjambre de vehículos canoros que van y vienen como un cardumen desorientado en el polvo y la arena del desierto. Un anárquico pentagrama donde cuarenta millones de almas sobreviven milagrosamente a una interminable sinfonía de bocinas.
La civilización más antigua y avanzada que conocieron los tiempos late bajo mil minaretes fatitas, otomanos y mamelucos que siguen llamando a la oración a Auguste de Mariette, Champollion, Howard Cárter, Belzoni y tantos otros sabios europeos que hace un siglo desempolvaron el alma del antiguo Kemet.
Egipto no es de nadie y es de todos; cualquier ser humano puede sentir la energía del padre Nilo como propia porque ahí empezó todo lo que entendemos como civilización.
El tiempo se comba al contemplar un sofisticado esplendor de más de tres mil años antes de que levantáramos nuestro primer románico. Antiguo, digo, porque el actual es un lugar en rústica y sin encuadernar, pobre y descuidado en medio de islotes modernos que visten de Zara y comen Mc Donalds.
Dar un paseo nocturno por El Cairo medieval es zambullirse en el Callejón de los Milagros o Los Espejos de Naguib Mahfouz , en una cultura asombrosa cubierta de la dignidad roñosa que tiene la pobreza cuando se exhibe al turista.
En Cairo aún puede olerse la esperanza desatada por la primavera árabe de la plaza Tahrir , aunque lo que queda de aquella fantasía permanezca realquilada en la ciudad de los muertos. Los egipcios siempre se entendieron muy bien con la muerte, de hecho, fueron los únicos en escribir un libro detallando -con todo lujo de apuntes- el mapa para viajar a la eternidad: El Libro de los muertos.
El año que viene abren el Nuevo Gran Museo Egipcio -valdrá una escapada- ,en el actual la sensación al visitarlo es muy distinta a la que tienes cuando contemplas el botín expoliado en el Museo británico o en Berlín, aquí sarcófagos y momias no se exhiben como admirables y valiosos rehenes ,aquí están en su casa y también acosan y regatean a los turistas pidiendo un euro por mostrarles su espléndida grandiosidad.
Este país del más allá es un puzzle de eternidades al que todos deberíamos acercarnos para poder entender mejor de dónde venimos y hacia dónde vamos. El origen de la religión, las artes, la medicina y todos los grandes relatos de la humanidad nacieron aquí.
Egipto merece un viaje con la actitud humilde del investigador o del invitado, no con el regateo insustancial del turista organizado.
Lo más interesante de Egipto está en lo que se intuye no en lo que se ve, un lugar al que hay que venir leídos.