La Voz de Galicia
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Emilio Aguirre Expósito era un tipo de hechuras reservadas,  rostro lacado sin  expresión y a ojo de buen cubero frisaría los sesenta años de vida.

Estudió en los Salesianos y era propietario de una pujante gestoría en el barrio; vivía con un gato rescatado de un contenedor y su madre, una anciana polichinela que nunca paraba quieta. Cuando despertaba la Navidad mamá se activaba más todavía irrumpiendo en una tempestad de movimientos que desataban adornos y belenes, listas de familiares y amigos, menús, regalos y Christmas manuscritos.

Sin embargo a Emilio la Navidad le ponía en modo protocolario, su misión era tener todo bien organizado y cumplir los plazos preceptivos que obliga la tradición. Comenzaba también la recapitulación  de deseos para escribir la carta  a los Reyes y eso le llevaba su tiempo.

 

La letra capitular del inicio de las fiestas era el puente de la Inmaculada, la  fecha que abre  la veda para despertar a las figuritas del Belen  , sacar bolas, luces,  espumillones y desamortajar el árbol de Navidad de los chinos enterrado en el trastero.

Aunque Emilio tuvo sus tientas y carantoñas sentimentales nunca cuajó en enamorado, sin embargo era muy sociable y tenía varios grupos de amigos empastados por intereses diversos:  los del senderismo, los del gimnasio, los del colegio y los de los viajes.

Era dócil en el trato y a la conversación amable y  educado sin entrar en polémicas políticas ni futboleras, únicamente había un tema que le irritaba sobre manera: ¿cómo la gente podía creer que los Reyes Magos eran los padres?

Desde la primera vez que se lo espetó en la cara un compañero del colegio le pareció una ocurrencia  irracional pero aún le resultó más alucinante ver que todo el resto de la gente pensaba  lo mismo.

Reiteradas veces se lo había preguntado a su madre que con  expresión de sincero asombro le contestaba: !Qué cosas de decir!  Eso sólo  lo piensan los resentidos, los que no reciben más que carbón.

Las veces que Emilio  atrevió algún comentario al respecto con  sus amigos le habían respondido con la misma expresión de asombro y el comentario burlón: ¿tú estás de coña no?

Así que optó por no calentarse más la cabeza y  comenzó a redactar   la carta  a los Reyes Magos solicitando un smart wacht y dos pares de calcetines.

En Nochebuena mamá sufrió una apoplegía de la que falleció tres dias después.

El día de Reyes Emilio se levantó temprano y encontró sobre la cama de mama un smart wacht y una nota de trazos temblorosos que decía: Los Reyes existen.