La Voz de Galicia
Seleccionar página

Por  fin ha llegado el frío de verdad, de los de nieve temblona, mocos generosos y abrigo agradecido; esos que alientan el placer exquisito de  leer un buen libro frente al fuego.

El frío es centrípeto y el calor centrífugo, por eso las gentes caseras disfrutamos más del frío  que aquellas que tienen la sala de estar en el bar o simplemente nunca leen.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         Hay una memoria ontológica del frío cavernario guardada en nuestra amígdala cerebral y otra  asociada a él que revive el placer de entrar en la cueva con el fuego humeando dentro del hogar. Debe ser eso lo que le da al frío cierta connotación confortable.

El frío es una sensación generada por un complejo mecanismo neurofisiológico pero que tiene matices según dónde, cuándo y con quien se perciba; no es lo mismo un frío seco  de bajo ceros con el sol del mediodía dándote en la cara  que ese frío de sótanos que  empapa los huesos de una humedad verdosa.

Hay fríos ambientales y fríos emocionales que son bastante más penosos; el alma se nos puede helar igual que la punta de la nariz y  al contrario, cuando el alma se calienta no hay frío  que la mitigue.

Hay gente que nada más verla da la sensación de ser cálida   y otras que no dejan lugar a dudas de que si las tocas son frías como el hielo; hay también relaciones cálidas y relaciones frías.

A este respecto escribe Sabater una metáfora muy acertada donde un personaje talludo  relata el sentimiento frente a una relación sentimental agotada: acariciarla, es como ir a la playa en invierno; ver la arena, el mar, las rocas…te encienden un montón de sensaciones placenteras saboreadas en el verano. Te animas, te quitas los zapatos para meterte en la arena pero….la arena está fría, no tiene la misma temperatura. Corres hacia el mar para zambullirte en él pero antes de despojarte del pantalón sientes frío, una sensación desapacible e incómoda que te alerta de que estás, pero no  estás en el mismo sitio.

El miércoles pasado en el cementerio londinense de North Sheen, se celebró un homenaje sobre la tumba sin lápida de Manuel Chaves Nogales.  El actor y director del Cervantes Theatre en Londres, leyó el prólogo de «A sangre y fuego», que muchos seguidores de Chaves Nogales consideramos de lectura obligada  en las escuelas. En estos primeros fríos de sofoco político volví a releerla. No pude por menos que fantasear qué lecturas   – si es que leen- tendrán entre sus manos los actores principales del panorama actual y no puedo dejar de sugerir a todos que  escuchen con los ojos a muertos con Chaves.

Mejor nos iría a todos.