La Voz de Galicia
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Retozo en unos dias de descanso disfrutando del mar, con el monte Louro observando los movimientos del enjambre de forasteros que se mueve aquí y allá como un borrón de larvas ávidas de sol y xurelos.

Mantengo la rutina intentando esquivar las noticias de mal agüero que nos asedian dentro y fuera de lo nuestro,  abrazado al pesimismo antropológico de  Quevedo para paliar el optimismo antropológico de autor que veranea cerca de mi guarida.

«Toda españa está en un tris y a piques de dar un trás…» comenta Don Francisco en su sátira sobre el Estado de la Monarquía.

Gime en sonetos :«Miré los muros de la Patria mía /si un tiempo fuertes, hoy desmoronados /de la carrera de la edad cansados /por quien caduca ya su valentía…»

Recibo nemes por wasap con chistes de Trump y Johnson que lejos de hacerme gracia me inquietan. Algo pasa en Occidente para que proliferen este tipo de dirigentes con aspecto de payasos diabólicos. Berlusconi quiere volver a poner orden en el circo italiano también repleto de clows con flores de broma  en la solapa que escupen veneno al olerlas.

He perdido el hilo de las series -tantas series- y toda la sagas que retuercen el guión de sus andanzas hasta tornarse inverosímiles.

Me tropiezo estupefacto con un programa en la tele presentado por el gay de turno de oficio que trilea  carne masculina a madres con hijas casaderas que comentan, en un aparte, los atributos del ganado con un lenguaje que tendría que rendir cuentas de un machismo intolerable si fuera al revés. Es lo que hay.

Salgo a caminar perfumando de brea y salitre mis pensamientos y me cruzo con decenas de ciudadanos galopando a ritmo de reguetón mientras hablan con cables y mirán cada poco los pasos y los latidos de su enajenación. No se ven muchos niños montando en bicicleta y el pueblo se llena lleno de carteles promocionando un montón de fiestas en torno a todo lo devorable. Galicia canibal.

Chicas y chicos  deambulan por la playa desplegando  tatuajes imposibles  y pircings en lugares anatómicamente gores. Miran el móvil, mueven los pulgares epilépticos sobre la pantalla y vociferan aleluyas y desprecios. Ninguno lee mientras beben cerveza y polvo de frutas.

Vuelvo a Quevedo: «Retirado en la paz de estos desiertos/ con pocos pero doctos libros juntos. Vivo en conversación con los difuntos y escucho con los ojos a los muertos./ Sino siempre entendidos, siempre abiertos / o enmiendan o secundan mis asuntos / y en músicos callados contrapuntos/al sueño de la vida hablan despiertos.»

Hace viento.