La Voz de Galicia
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Hablamos de amigos, que viene del latín amare, es decir, de gente que es algo más que un conocido o simpatizante. En algún sitio leí que para poder empezar a considerar a alguien como Amigo  con mayúscula, se necesitaba un mínimo de siete años de vida compartida y para poder considerarse viejos amigos hay que multiplicarlos por tres.

El verdadero amigo guarda las claves de nuestra historia porque ha compartido mucho camino  contigo y sabe tu porqué, el cómo y para qué y sin embargo, a pesar de eso,  te quieren y le quieres -hay un cierto aroma de dependencia en la amistad que tiene que ver con la necesidad de un cobijo- con los amigos te diviertes, disfrutas, aprendes, te aburres, te cabreas, a veces los admiras y otras los desprecias, pero sabes que están ahí aunque no estén y siempre son un lugar donde resguardarte para tomar aliento.

A los viejos amigos se le ama porque sólo con ellos puedes continuar siendo lo que fuiste, con tus mismos gestos, tus mismo chistes y tus mismas agonías de siempre. En cierto modo son una mezcla de elixir de la eterna juventud y  veneno emocional que genera dependencia.

Estuvo pasando unos días en casa un amigo de más de tres décadas y me dio por pensar en estas cosas, porque las emociones, la música, la comida, el vino, la conversación.. sonaban como siempre y lo más importante que nos dijimos lo hicimos sin decir.

La sensación de una relación de verdadera amistad es atemporal, está fuera de las coordenadas del tiempo, por eso rejuvenece.

Hay viejos amigos con los que vives un presente continuo y otros  que te reencuentras de tanto en tanto, pero todos son igual de valiosos y necesarios.

Lo sabes cuando empiezas a perderlos