La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Parada de Sil. La visita a la bodega Valcar promete. No es un chamizo como los que vi por Sober adelante, sino un sitio preparado, incluso con amplio lugar para aparcar. Pero está claro que los desvelos turísticos de algunos no son correspondidos por otros. La joven mujer que me atiende no está en absoluto dotada para las relaciones públicas, y no tiene ni una palabra amable. Ofrece desganada, da la mercancía en silencio, cobra y punto final.

Así que me voy a la otra bodega de la zona, Ronsel do Sil. Señalizado el desvío a la derecha, pronto la estrecha carretera se convierte en mera pista, y esta, a su vez, en una vía (por llamarle algo) de cemento estrechísima y muy empinada, tanto que acabo muy cerca del nivel del Sil, para comprobar que la bodega, a las ocho menos cuarto de un día de agosto, está cerrada.

Por supuesto que puede abrir y cerrar cuando le pete –más tarde me informaron en Parada de Sil que echa la llave a las 7- pero, visto que llegar hasta allí implica recorrer un largo tramo generoso en incomodidades –imposible si viene otro de frente- podrían colocar arriba un cartelito con el horario. Porque darle la vuelta al Land Rover me costó Dios y ayuda.

Hay mucho camino por recorrer. Por cierto, que nadie me pregunte por el vino: lo he regalado.