La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Manorbier. No sería pecado mortal enviar a Gales a diputados, conselleiros y ministros varios para que vieran cómo se protege la costa. Porque caminar por el Pembrokeshire Coast Path es hacerlo por plena naturaleza y por un camino que, de seguirlo unos cientos de kilómetros más, llevaría al excursionista a Inglaterra. O sea, que toda la cosa de Gales -toda, de norte a sur y viceversa- es pateable por un sendero. Unos 1.300 kilómetros. Ahí es nada.

Olvídense de bloque de apartamentos y de llegar con el coche a la playa. Y en todos los casos, olvídese de aparcar gratis. La playa y los acantilados no son un bien de primera necesidad (¡deberían serlo!), así que si quiere ir a ellos en su cómodo vehículo de cuatro ruedas y motos, abra la cartera. Y luego camine cientos de metros para pisar la arena, que hay que proteger el entorno y no hacer como en Malpica (es sólo un ejemplo, puedo poner muchos más), uno de los excelentes paradigmas que tenemos de cómo convertir una maravilla natural en un horroroso adefesio. Pero ya se sabe: a los alcaldes y concejales los carga el diablo, con el aplauso de la mayoría de los ciudadanos.

Y en algún punto de esa costa de playas tan maravillosas como las gallegas pero mucho más mimadas, y de acantilados cortados a pico, sin edificios en lontananza, aparece la pequeña cala de Stackpole, con su tea room que antes no fue, como pícaramente dice la propaganda, un lugar para poner los barcos a resguardos, sino una carbonera para los pesqueros que buscaban allí refugios y buscaban combustible. Por tercera vez en mi vida como en él, asombrándome de que con tanto frío en este día claro docenas y docenas de personas caminen por el Pembrokeshire Coast Path. Y algunas, sin duda osadas, coman aquí al aire libre. Yo, desde luego,  no me atrevo.