La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Moussy le Vieux. ¿He dicho alguna vez que me repatean las ciudades? Pues Coro se empeñó en volver a entrar en el corazón de París. Total, sólo son 11 kms. de autopista que te dejan a los pies del Louvre. Y como este viaje es su regalo sorpresa de cumpleaños, pues taconazo estilo Guardia Civil y a la orden. O sea, una hora y cuarenta minutos desde esta maravillosa casita hasta el aparcamiento, y 50 más caminando hasta el museo. Una locura.

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Para empezar, elegimos tirar por los Campos Elíseos para bajar a la Concorde y desde ahí al Louvre. Es lo más corto y no hay calles estrechas. Lo que había eran miles y miles de coches haciendo el bárbaro y saltándose los semáforos en rojo aunque hubiera peatones cruzando. Y cuando estábamos cerca del objetivo, dirección prohibida y a meterse por callejuelas, porque señales no hay ninguna y menos mal que tanto Coro como yo tenemos un excelente sentido de orientación (ella mejor que yo). Bueno, pues acabamos ante la delegación palestina, llena de policías armados hasta los dientes porque algo pasaba. Un desastre. Así que tras jugarnos la piel un montón de veces tuvimos que ir hacia atrás y buscar un aparcamiento cerca de la torre Eiffel (excelente aparcamiento, sin duda lo mejor de París, debajo de un museo cuyo nombre no recuerdo) y a caminar.

Llegamos. Claro que llegamos. Al igual que miles y miles de personas que ocupaban los jardines e invadían un museo donde hay un café cutre en el cual paramos para coger aliento. Encima no hay manera de hacer una foto decente del exterior porque hay una verjas (véase foto adjunta) que lo estropean todo se vaya por donde se vaya. Y a partir de ahí, el caos. Uno podría pensar que es maravilloso ver un museo abarrotado, donde la gente se apiña para ver la Gioconda (yo me quedé al otro lado de la pared, con Ana y Antón). Pero qué va. El problema no es que la multitud sea o no analfabeta, sino que está en el museo como podía estar en cualquier parque. Eso es una romería en donde la primera norma -no hacer fotos con flash- se la santan todos (sólo vi dos excepciones) a la torera. La gente circula a toda prisa haciendo fotos y más fotos a cuadros y más cuadros, porque una digital se la venden a cualquiera. También hay muchos, docenas y docenas, que prefieren ir grabando sin parar a medida que caminan. Por supuesto que salen de allí con la misma ignorancia con la que entraron, pero ellos estuvieron en el Louvre y pueden demostrarlo y presumir, y usted, que me lee en A Coruña o Madrid, pues quizás no. Carreritas, todo el mundo perdido porque aquello es enorme, falta del mínimo criterio («Vamos por aquí, a ver qué hay»), salas por las que no se puede pasar por la cantidad de bípedos como la que acoge la pintura italiana del XVII mientras la también italiana del XIII-XIV está casi vacía (le explicación es que la primera es enorme y es un ala del palacio, y la segunda pequeña, sin más)…

Se termina histérico. Yo, por supuesto, me he negado rotundamente a ver nada como si fuera un guiri, ni un solo cuadro, excepto dos fotos decorativas de excavaciones en Egipto y, por supuesto, la momia, que sigue siendo muy interesante aunque la tengan arrinconada.

Falto de glamour y lleno de borregos que quieren seguir siéndolo tras haber pagado sus 9,5 euros de entrada, la petición sólo puede ser una: ¡Cierren el Louvre, por favor!