La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Estocolmo. Oscura. Así es la entrada al Vasa Museet. Cierto que el día tira con fuerza al gris, pero aún contando con ello el contraste es fuerte y los ojos tiene que acostumbrarse. Y cuando lo hacen mandan tal señal al cerebro que el susto semeja inevitable: el Vasa reconstruido es lo más parecido a un tremendo dinosaurio que uno imaginarse pueda. Enorme. Y con luces suaves e indirectas que le confieren un aspecto fiero y amedrentador. Los seres humanos parece que pululan a su alrededor, miniaturas insignificantes.
El museo ha sido concebido como un cofre que encierra un tesoro con, claro está, su restaurante y su tienda de recuerdos muy bien surtida. ¿Sólo eso? No, porque en los seis niveles a que puede acceder el público esperan mil y una sorpresas distribuidas con una cierta anarquía bien estudiada, así que uno, en realidad, no sabe con qué se va a encontrar. Quizás con la reproducción de la claustrofóbica cubierta de cañones, quizás con la reproducción -¡magnífica!- de la cabeza de algunos tripulantes del Vasa, quizás con piezas de vajilla o ropas recuperadas del barco… Y si la aventura no es lo de uno, constantemente parten visitas organizadas gratis y en varios idiomas (entre ellos, español) con guías chaquetas-rojas armadas de labia… y potente linterna.
Y todo ello, dedicado a un terrible barco que se hizo a la vela en su primera travesía y a los 1.500 metros se hundió en el puerto de Estocolmo el 10 de agosto de 1628. Una vergüenza convertida en gran recurso cultural nacional.